De jovenes y viejos
Gustavo Espinoza M.
Una vez más se ha puesto en debate el tema generacional. Algunos
entusiastas, deslumbrados por la imagen chispeante de Verónica Mendoza, la
candidata presidencial del denominado “Frente Amplio”, han vuelto a proclamar
el surgimiento de una “nueva y moderna Izquierda”, distinta -y distante- de esa
“vieja izquierda” que ellos consideran “fracasada y obsoleta”.
En el abordamiento de esta cuestión en alguna circunstancia me
permití recordar un comentario de Mariátegui referido a la célebre frase de
Manuel González Prada –“Los jóvenes a la obra, los viejos a la tumba”- En su
momento, hice la cita de memoria, de manera que no fue exacta. Felizmente, y
con paciencia, encontré la referencia puntual que me parece oportuno evocar.
Fue Armando Bazán, en su ensayo biográfico titulado “Mariátegui
y su tiempo”, editado por la Biblioteca Amauta en 1970, en la página 81 quien
atribuyó a José Carlos el comentario preciso: “Los viejos a la tumba; los
jóvenes a la obra… Está muy bien. Pero ¿de qué viejos y de qué jóvenes se
trata? Porque yo he visto marchar a los jóvenes fascistas romanos al compás de
la Gionavenza el himno oficial del fascismo italiano. Hay muchos jóvenes que
llevan los signos de la decrepitud en la frente. Y el viejo Jean Jaurés era el
espíritu más joven de Francia…”
Era ese un modo muy gráfico de señalar que para él, la línea que
divide a las sociedades, no es horizontal, sino más bien vertical. No corta el
pastel de la vida por la mitad proclamando “jóvenes” a los menores de 40 años y
“viejos” a quienes se sitúan por encima de esa cifra. Admite más bien que hay
jóvenes prematuramente envejecidos –podríamos decir como aquellos que hoy miran
con deleite a Keiko Fujimori o a García- y viejos que simbolizan, con palabras
y acciones, el mensaje de la juventud del mundo.
Y es que es así. En sociedades como la nuestra, lamentablemente
la frivolidad y el consumismo devoran ciertas conciencias juveniles. Y hay
muchachos y chicas que podrían luchar por afirmar altos ideales, pero se dejan
ganar por prédicas insubsistentes de menor trascendencia. Pierden su rebeldía,
y, por lo tanto, su esencia..
Incluso ocurre que entre quienes se sienten convocados a
acciones positivas, asoman -al lado de voluntades entusiastas- espíritus pequeños
cargados de prejuicios y deformaciones que habrán de superar en la medida que
se fragüen en los combates sociales.
Por lo demás, no todos los “viejos” pueden ser medidos por el
mismo rasero. Los hay oportunistas y logreros, que se aferran a cargos partidistas
porque creen que perderos les quitará la vida; y los hay egocéntricos y
mezquinos que se sienten predestinados para encarnar figuras de la historia
pero los hay también quienes luchan de modo consecuente y abnegado por las
causas más justas sin pedir nada a cambio.
Viene esta explicación para eludir al artículo de Steven
Levitsky, publicado recientemente bajo el pomposo nombre de “Una Izquierda
moderna”. En él, y luego de encomiar el surgimiento de “nuevas figuras” del
movimiento popular asegurando que ellas encarnan la “renovación”, sostiene que
para afirmase en el escenario social, tienen que seguir un “recetario” concreto
que sintetiza en tres medidas: a) jubilar a los viejos b) renunciar a los
símbolos y c) cambiar base social.
A los viejos -a todos, sin la menor distinción- los hace
pasibles de errores y deformaciones que los desacreditan y descalifican, y
exigen su indispensable retiro de la contienda social. Pareciera en su
lenguaje, que negativos para el país resultan todos aquellos que han arribado a
una determinada edad, independientemente del aporte que brindaran a nuestro
pueblo. A la tumba, todos; parece decir este González Prada norteamericano que
funge de analista político con cierto predicamento, y que encuentra eco
entusiasta en seguidores del debate de hoy.
Es claro que conoce de “oídas” la historia social peruana; que
no sabe de las vigorosas luchas libradas durante décadas, por una izquierda que
fue capaz de alzarse -en su momento- como alternativa de Gobierno y de Poder, y
que fue abatida, en buena medida, por el accionar disolvente y corrosivo
alentado y digitado por servicios secretos del Imperio que introdujeron el
virus del oportunismo como el Dengue o el Zika.
Para sustentar su requerimiento exalta a “las nuevas
generaciones” sin reparar en que ellas -si bien constituyen una impronta
valiosa- tienen que hacer su propia experiencia de lucha, acerarse en el
accionar cotidiano y elevarse por encima de prejuicios y mezquindades,
calificando su conducta ante la historia.
No basta, por cierto, haber participado en la “batalla de los
pulpines” -miles lo hicieron-, ni haber estado en un par de marchas reprimidas
por la policía. Ese, es un buen comienzo, sin duda, pero está muy lejos de la
cima, a donde no se llega en ascensor, sino combatiendo infatigablemente,
recorriendo atajos ásperos y complejos; y sufriendo -si- los avatares y
contingencias de una lucha en la que el enemigo golpe sin cesar, y no perdona
nunca..
Elogiar a los jóvenes -más bien, adularlos- es una práctica
conocida, pero errónea. Usada con frecuencia por los políticos burgueses, fue
parte del discurso constate de Haya de la Torre que finalmente produjo
discípulos como García. No conduce entonces a afirmar el papel de las nuevas
generaciones, sino más bien a corromperlas y desclasarlas.
El segundo “consejo” del politólogo yanqui muestra de un modo
claro el sentido de su mensaje: renunciar –dice- a los símbolos revolucionarios
y consignas “del pasado”, porque fueron usadas, en su momento, por Sendero
Luminoso y son hoy “espanta votos”. Esta última frase muestra el detalle al que
aludía Maurice Talleyrand Perigord, el célebre diplomático francés.
Sí, en ese “detalle” es que estriba el kit del asunto, porque lo
que aconseja Levitsky no es enarbolar principios, ni tener valores; sino
simplemente obtener votos. Y es que lo que quiere no es una izquierda política,
sino una simplemente electoral, que pueda “ofrecerse” y “alcanzar”… su propio
espacio.
Sí, a esa Izquierda electoral, una bandea roja le resultará
contraproducente. Y la hoz y el martillo, peor. ¡Al basurero, entonces!, dice
exultante. Quizá un pendón amarillo y una paloma blanca que trasmita un mensaje
de paz, le ayudará más… ¡a obtener votos, claro!. ¡Eso es lo que importa!.
Luego viene el tercer consejo. Esa izquierda puede querer
representar algo, pero no a los trabajadores. “La clase obrera, ya no existe”,
asegura con conmovedora ignorancia. No entiende por cierto la diferencia que
existe entre formas y esencia. La clase obrera en la forma que existía hace
cuarenta años, ya no existe. Ha cambiado. Pero eso no debiera sorprender a
nadie.
La clase obrera de los años del Manifiesto Comunista no era
igual a la que hizo la Revolución de Octubre. Y esta, no fue igual tampoco a la
que derrotó al fascismo en la segunda guerra mundial. La clase obrera cambia
sus formas de acuerdo al desarrollo de la sociedad, pero no cambia su esencia
como fuerza explotada bajo el capitalismo.
Sigue siendo clase obrera aunque en última instancia pueda
incluso modificar su denominación y llamarse simplemente “trabajadores”
mantiene su condición de fuerza social productiva, pero explotada. Genera
riqueza desbordante y multiplica los beneficios y privilegios de quienes tienen
las riendas del Poder bajo el capitalismo. Eso, no se puede ocultar.
Al “aconsejar” a la Izquierda que abandone su base social, el
editorialista de marras busca matar dos pájaros de un tiro. Por un lado,
cortarle la raíz a esa Izquierda, alejarla de su base natural; y, por otro,
dejar a los trabajadores en el mayor desamparo. Lograr que nadie luche por
ellos, porque hacerlo les haría “perder votos”.
Partiendo de una formulación este corte, puede arribarse
rápidamente a una conclusión: la lucha de clases no existe. La opción clasista,
per sé, es “obsoleta”. Y lo que la “izquierda” debe hacer es renunciar a ella
para “sumarse al esfuerzo común”. La colaboración de clases en su mayor
esplendor. Entonces, ONGs, en lugar de sindicatos; y funcionarios, es vez de
dirigentes.
Hay quienes aseguran que esa es la izquierda que la derecha quiere
tener para perpetuar su condición de fuerza expoliadora. Y es verdad. Con un
“izquierda” así, estará garantizada la dominación capitalista.
Acabar con los viejos, echar los símbolos al tacho de la basura,
y abandonar a su suerte de los trabajadores; no es signo de “renovación”; sino
un modelo de capitulación en toda la línea. ¡Y eso fue lo que siempre buscó la
clase dominante!
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