viernes, 21 de junio de 2013

CORRUPCIÓN O REGENERACIÓN MORAL

Por: Manuel Guerra
La corrupción, desde la impronta fujimorista, ha terminado por convertirse en parte importante, y a veces determinante, del ejercicio del poder, y en tema recurrente de la agenda política nacional. No es que anteriormente estuviera ausente este flagelo –no en vano Gonzáles Prada acuñó su famosa frase: donde se pone el dedo salta el pus, para evidenciar la podredumbre política registrada en su tiempo–; pero aún así, pocas veces en la historia de la república se ha llegado a los profundos niveles de descomposición que se observa en el presente.  Existe hoy una economía delictiva, que involucra a los sectores privados, formales e informales, y también una presencia cada vez mayor del narcotráfico; ambos existen, crecen y se robustecen porque tienen como contraparte a un sistema organizado de la corrupción en las diversas esferas del Estado.
No solo eso. Las prácticas inmorales han terminado por contaminar a sectores importantes del tejido social, organizaciones religiosas, gremios y partidos políticos incluidos. Uno de sus efectos es el incremento desmedido de la violencia, la delincuencia común y la inseguridad ciudadana. Tal desbocamiento se ha hecho posible porque una vez instaurados los valores del neoliberalismo, se han roto los elementos morales que actuaban como mecanismos de contención de la criminalidad, dentro y fuera de los aparatos del Estado.
Así las cosas, las instituciones que deberían jugar el papel tutelar, ejemplarizador y ordenador de la sociedad, han devenido no solo ineficaces, sino en espacios donde se promueve, se protege, se encubre y se garantiza impunidad a los delitos. El pragmatismo se ha convertido en sentido común, conduciendo a la degradación y mediocridad que se observa por doquier, en tanto que la política se va convirtiendo en una actividad que garantiza el asalto a las arcas del Estado, el modo de vida que permite un rápido enriquecimiento echando mano a ilícitos negociados, no importa que ello signifique sacrificar el bienestar de los ciudadanos o la entrega de los recursos nacionales a la voracidad de las grandes empresas transnacionales.
En este contexto no es raro que la coyuntura política esté jalonada por los continuos destapes de corrupción que comprometen a personajes que se han encargado, o encargan, de la administración del Estado en sus distintos niveles; escándalos donde siempre hay algunos empresarios de por medio. Hace poco el tema de moda era el delictuoso manejo de los narcoindultos a cargo de Alan García, gravísimo hecho que ha pasado a segundo plano ante las denuncias que involucran a Alejandro Toledo con los delitos de enriquecimiento ilícito y corrupción de funcionarios, debido a la millonaria adquisición de inmuebles, sin que pueda explicar de dónde sacó el dinero para esas transacciones.
Hay que estar ciegos para no darse cuenta que estos destapes en muchos casos no están motivados por un afán moralizador, sino que se han convertido en parte del juego político, un arma usada a menudo para descalificar a anular a determinado adversario incómodo, o cobrar venganza política, donde los grandes medios de comunicación no juegan el papel de inocentones, como pretenden. De este modo los peruanos vivimos como en una pesadilla surrealista, donde delincuentes de la talla de los fujimoristas, Alan García y sus secuaces, Castañeda Lossio y su banda, se convierten de pronto en flamígeros fiscales acusadores, en castos batalladores por la moralidad, en epígonos de la transparencia y las buenas costumbres.
Nada bueno podemos esperar de esta gente ni de instituciones podridas hasta el tuétano. Frente a la actual descomposición, el Perú necesita una regeneración moral, que implica la construcción de una fuerza renovadora, avanzada, de pensamiento crítico, que encarne los auténticos valores que sintonicen con una nueva visión de desarrollo nacional. No es una tarea pequeña, pero es indispensable si queremos salir del hoyo en que nos encontramos por obra y gracia de sectores dominantes decadentes.
En esta perspectiva, es  necesario llevar a cabo una batalla de ideas para recuperar la mente de los sectores populares, que en los últimos años ha sido pasto de la ofensiva ideológica y cultural del capitalismo salvaje. En esta gran cruzada deben confluir no solo los partidos de izquierda, patrióticos y democráticos, sino también las organizaciones gremiales, sociales, culturales, étnicas, todos aquellos que aspiran a un Perú distinto, asumiendo que la renovación del país, implica, antes que nada, un proceso de renovación profunda al interior de cada una de las organizaciones que apuestan por el cambio, desechando lo negativo y obsoleto, lo que reproduce el estado de cosas existente, y afirmando lo mejor de nuestras tradiciones, pues solo de ese modo estaremos en condiciones de ser receptores y promotores del pensamiento nuevo y de una nueva cultura política que requerimos para abrir un nuevo rumbo a nuestra patria.

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