EL CASO MICHAEL URTECHO Y LA CRISIS MORAL DEL PAÍS
No voy
a repetir lo que ya los medios informativos han señalado sobre el parlamentario
liberteño puesto en el ojo de la tormenta. En su oportunidad, declaré que el curso del congresista Urtecho
era penoso, pero a la vez, indignante, porque había puesto de manifiesto – una
vez más – el grado de envilecimiento de la política; es decir, la degradación
de la política y ponía en evidencia un caso más de corrupción en el Congreso de
la República.
Por
propia confesión, el congresista aludido ha reconocido lo que él llama
“errores”. ¿Se acuerdan del término “pecado” que usó don Luis Bedoya Reyes para
referirse al caso de su hijo mayor que recibió dinero de Montesinos?
Ni
errores, ni pecados. Aquí hay corrupción, que en la situación del Congreso, no
es una cosa aislada. La corrupción es uno de los grandes flagelos que sufre
nuestra patria, fenómeno social que no es nuevo en el Perú. Es conocida la
sentencia de Gonzalez Prada sobre la corrupción en Perú. Don Emilio
Romero en su “Historia Económica del Perú” anotó: “una vida fastuosa de
teatro, toros, peleas de gallos y jaranas completa el cuadro de la ciudad de
Lima en la época guanera”. La aristocracia se enriquecía con el negocio del
guano, mientras el Estado y el país se arruinaban.
Don Jorge
Basadre se refirió inicialmente al “derroche más atolondrado” y más
adelante dijo que todo ello era una “orgía”. Tras constatar infinidad de casos,
sintetizó la siguiente expresión: “Las grandes plagas de nuestro aprendizaje
público han sido de parte de los gobernantes, la mentira, el robo
y el despotismo, con su obligado compañero, el servilismo”.
Así ha
sido la vida de la República que fue empeorada con la llegada de Fujimori al
gobierno en 1990 con la aplicación del modelo neoliberal. Tanto es así que el
sociólogo peruano Francisco Durand ha llegado a la conclusión de que durante el
fujimorismo hubo tres mafias: la mafia blanca, la mafia amarilla y la mafia
verde. Ese engranaje mafioso no ha desaparecido. Se mantuvo intacto durante
el segundo gobierno de Alan García, razón por la cual tiene que ser severamente
investigado para la aplicación de la sanción correspondiente, pues los casos de
corrupción son evidentes. El camino que le espera es el de Fujimori. ¿Y qué
decir de Toledo?. No tiene escapatoria; las pruebas de corrupción durante
su gobierno son evidentes.
Vengo
sosteniendo que el neoliberalismo ha profundizado los problemas del país. El neoliberalismo no es solo economía;
significa también debilitamiento del rol del Estado, debilitamiento de la
institucionalidad y de la democracia. El neoliberalismo ha profundizado la
crisis moral y la corrupción en la sociedad peruana; también ha agravado las
condiciones para la violencia social. El neoliberalismo introdujo el estilo
lumpen y mafioso de gobierno con Fujimori y Montesinos, que se prolongó con
García y Toledo. El neoliberalismo ha reforzado el cinismo y la mentira
como estilo de gobierno y ha devaluado la educación, la cultura y los valores
morales. El narcotráfico, la corrupción, la arbitrariedad, las mafias
organizadas con el consentimiento oficial, son parte de este escenario.
Resumiendo
afirmo que: la corrupción es
uno de los grandes flagelos que sufre nuestra patria. Ha echado profundas
raíces en los poderes del Estado y se extiende como un cáncer en toda la
sociedad. Instituciones como el Congreso de la República o el Poder
Judicial que deberían ser ejemplos de moral y ética se encuentran
desprestigiadas por escandalosos hechos de corrupción.
Este es
el escenario en el que se da el caso del legislador Urtecho, que como dicen
varios, no ha de ser el único.
Esta
será la cuarta vez que un congresista pierde su condición de tal a causa de
manejos delictivos en la designación de personal a su cargo. Esto es
condenable.
El caso
Urtecho significa su falta de principios humanos básicos generales. Reflejan
una total ausencia de la dignidad personal, del respeto a la verdad;
ausencia del sentimiento de ayuda a otros, de la falta de honestidad, decencia
y otros valores elementales que deben practicar quienes ejercen función
parlamentaria y otras funciones públicas.
También
refleja en éste y otros casos, la crisis de los Partidos políticos de la
derecha que sólo existen como membretes. Solidaridad Nacional no es un partido
político; tampoco los otros. Los partidos políticos de la derecha se han
convertido en maquinarias electorales transitorias en donde prima el dinero.
Estos partidos han convertido a la política en algo puramente comercial, cual
si fuera un mercado de baratijas, donde ávidos y curtidos mercaderes compran
candidaturas a las vicepresidencias, al Congreso de la República. No hay
principios. Los valores éticos, la vocación de servicio, la visión de país, son
estorbos. Así, se ha impuesto el pragmatismo utilitario y el individualismo,
así como el mercantilismo en la política.
¿Qué
hacer entonces?.
Diversas instituciones vienen planteando que deben hacerse reformas – cuatro
entre ellas -: el establecimiento del financiamiento público de los partidos;
las elecciones internas de los candidatos a cargo de los organismos
electorales; la supresión del voto preferencial; la alternancia de género en
las listas de los cargos a la elección popular. ¿Será suficiente?. ¿Es
necesario hacer esas reformas?
Soy de
opinión que deben hacerse esas innovaciones, pero será insuficiente. El
problema es extremadamente complejo. Corresponde a las fuerzas sanas de la
sociedad, enfrentar el problema de la corrupción no sólo como delito, sino como
problema ético. Se puede tener éxito frente al delito, pero eso no asegura ni
garantiza que no se repita y que los corruptos de mañana no sustituyan a los
corruptos de hoy. El Perú necesita la regeneración moral de la sociedad y la
construcción de una nueva cultura política y ética fundada en el respeto a la
persona, en la solidaridad, y la fraternidad; también en el patriotismo, en el
culto por el trabajo y la dignidad humana, en la honestidad y la transparencia.
Se
necesita una campaña y movilización nacional por la regeneración moral de la
sociedad peruana. Hay que ir hasta las causas de la corrupción. La educación,
en todos sus niveles, modalidades y programas, tiene un rol fundamental en esta
tarea; también, los medios de comunicación democráticos e independientes.
¿Es posible esto?
¡Claro que es posible!. No es un sueño. Hay necesidad de ir prefigurando la nueva sociedad que
queremos construir. No es fácil. Se requiere consecuencia y firmeza en la
lucha. Las rondas campesinas del Perú ya lo vienen haciendo. Conozco de cerca
su trabajo, porque participo en sus eventos a los que siempre soy invitado.
Participé en su primer Congreso Estatutario que se realizó en Trujillo los días
4 y 5 de este mes. ¿Qué dicen los Estatutos de las rondas campesinas?.
Señalan como principios: la independencia, autonomía, democracia, la
crítica y autocrítica, la autoridad y la disciplina, la dignidad de los
pueblos, la autodefensa y el autosostenimiento económico. El art. 5º estipula
como valores de las rondas campesinas: la honradez, la laboriosidad, la
veracidad, la unión, la justicia, la libertad, reciprocidad, solidaridad y el
respeto mutuo. El 7º mandamiento del rondero dice: “No robar ni una aguja ni un
manojo de hierba; ser laborioso, no fallar a la palabra empeñada…”. Lo
significativo es que son capaces de llevar a la práctica dichos principios y
valores. Son parte de su vida diaria. Por supuesto que son pasos iniciales;
pero constituye el germen de algo nuevo que nace y que puede ser un valioso
aporte para la lucha por una nueva sociedad.
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