sábado, 16 de julio de 2016

"La fuerza del MÁS - Cajamarca no es producto [solo] de las circunstancias, sino de cambios más estructurales”.
Con poncho y sombrerito”, por Carlos Meléndez

Politólogo
El MAS-Cajamarca es un proyecto político antiestablishment sustentado en cambios en la dinámica económica y social de un modelo de crecimiento sin instituciones. La radicalización política en esta región es el resultado de la politización de la desigualdad que organizaciones sociales de base propugnaron en medio del apogeo de la actividad minera exportadora. La fuerza del movimiento que lidera Gregorio Santos no es producto (solo) de las circunstancias, sino de cambios más estructurales, aprovechados estratégicamente por dirigencias locales de legitimidad social. Santos no es un ‘outsider’ ni un “empresario político”, sino la expresión de la sociedad civil rural movilizada de ronderos y miembros del magisterio. Es una izquierda “con poncho y sombrerito”.
Mientras la suerte del Frente Amplio responde sobre todo a factores coyunturales (como la volatilidad de las preferencias electorales, la evaluación permanente del “mal menor”), el proyecto del MAS-Cajamarca se funda en cambios más profundos y, por lo tanto, su alcance puede ser más duradero. Parafraseando el lenguaje marxista, la fortuna del Frente Amplio pertenece a la “superestructura”; la del MAS-Cajamarca a la “estructura”. Aunque Verónika Mendoza ha alcanzado una proyección nacional, su legitimidad es mediática. Gregorio Santos, en cambio, funda su fortaleza en las raíces de la sociedad rural activada por una intensiva y extensiva inversión privada. El reto del rondero, sin embargo, radica en superar la arena subnacional y conseguir que la identidad regional que moviliza se extienda a otros sectores marginalizados por el “piloto automático”.
El MAS-Cajamarca sabe enfrentarse al ‘establishment’, al cual caracteriza de “neoliberal”, “limeño”, “de derecha”, “prominero”. Coloca en el blanco de sus enemigos al propio gobierno nacional, al que estigmatiza como “autoritario” y “centralista”. Si bien es cierto su ‘framing’ discursivo suena a izquierda pasadista, incorpora nuevos elementos del antiestablishment trasnacional, sobre todo émulos europeos como Podemos de España. La vieja estrategia contestataria –parece– nunca pasará de moda. Además, el encarcelamiento de Gregorio Santos tiene un efecto cohesionador que legitima aun más la “lucha” entre el pequeño y marginal campesino versus el “establishment opresor”. Qué mejor ejemplo de “injusticia” que el mantenimiento injustificado del líder cajamarquino en prisión. 

No debemos olvidar un elemento clave para entender estos nuevos proyectos antiestablishment: que pasan de la protesta a la acción. El MAS-Cajamarca ha ganado experiencia en administración pública regional y ha forjado su propia tecnocracia. Dos gestiones regionales y otras municipales suman en el CV de una burocracia propia con más experiencia que sus símiles villaranistas en Lima. Finalmente, esos años en el poder permiten también generar conocimiento y reflexión sobre el Estado descentralizado peruano. El paso por las oficinas de administración regional eleva el nivel de la discusión del movimiento. Ya no se trata solamente de soñar la utopía, sino de aprender de la realidad del fracaso cotidiano de un Estado poco funcional que históricamente no ha sabido cómo gobernar una sociedad rural.

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