CON CECILIA Y CON HUMALA
Por: Rolando Breña
Como en sus mejores tiempos en
la Selección Nacional del vóley, la congresista Cecilia Tait lanzó un saque
peligroso hacia la cancha del gobierno: afirmó que la pareja presidencial sabe
dónde se esconde Martín Belaunde Lossio. Saque que podría convertirse en mate
de confirmarse que es cierto. Es verdad que también puede ser bloqueado
fácilmente y producirse un contraataque letal, si se tratara solo de
fanfarronería, afán de figuración o actitud irresponsable.
Por lo pronto, desde palacio
de gobierno y todas las esferas nacionalistas, se ha rechazado airadamente tal
posibilidad, y el Presidente de la República se ha referido duramente a la
congresista: “Me da pena que la política descienda así. Todo eso es totalmente
falso.”
Humala podría tener razón
porque, al parecer, Cecilia Tait habló sin tener conocimiento cabal y menos
pruebas definitivas para hacer afirmación tan categórica. Se basa, la
congresista, en las palabras de Belaunde Lossio en la entrevista telefónica con
un canal de televisión: “No sé porque me tienen escondido”. Su interpretación
es que la pareja de palacio lo tiene escondido y protegido. Sin embargo, la
interpretación más lógica seria que lo obligan a esconderse por la prisión
preventiva dada en contra suya.
De todas maneras, la pelota
está en circulación, se desplaza de manera accidentada entre un campo y el
otro, sin que podamos saber o adivinar en qué campo terminara produciendo
goles. Seguramente volveremos otras veces sobre estas cuestiones, pues recién
empiezan a desenrollarse y desenredarse las madejas que prometen ser
kilométricas.
Queremos referirnos a las
palabras de Ollanta Humala sobre “El descenso de la política”. Puede parecer
razonable y prudente su reclamo y su condena sobre tal “descenso”. Pero no es
así. En primer lugar, no es verdad la tesis de que es la política la que se
degrada o es inmoral o desciende o es sinónima de aprovechamiento
inescrupuloso. No le echemos la culpa de las barbaridades que cometemos
nosotros, las personas, los políticos, los partidos, todos los que hacemos o
pretendemos hacer política.
Las posiciones que equiparan
la política a la corrupción o al mal uso de los cargos públicos, son también un
arma de los permanentes “propietarios” de la política oficial para ahuyentar al
pueblo y a quienes honestamente se inclinan a su ejercicio, para seguir
teniéndolo como su coto privado. También buscan acostumbrarnos a que robar en
la administración pública es un hecho casi normal, por lo tanto tolerable y con
el cual se puede convivir si es que “se hacen obras”. No condenemos la
política, condenémonos a nosotros mismos. No pretendamos “corregir” la
política, la corrección debe ser para nosotros y entre nosotros. En lugar de
enlodarla con nuestras acciones, vayamos a una cruzada de politización nacional
que recupere sus esencias de servicio público y de generosa contribución en la
búsqueda del bienestar colectivo.
Dicho sea de paso, de manera
semejante nos vienen haciendo creer que el Estado, por el solo hecho de serlo,
es siempre ineficaz, burocrático, ineficiente, y, por lo tanto, hay que reducir
su campo de acción, principalmente en los aspectos económicos, financieros,
empresariales y entregarlos a la llamada iniciativa privada y al mercado. Pero,
el Estado como la política, es hechura de seres humanos y manejados por seres
humanos. Por lo tanto, si es bueno o malo, eficiente o ineficiente no es
problema del propio Estado, es problema de quienes lo manejan o lo administran,
quienes lo hegemonizan, quienes lo organizan, ya sea para el bienestar general
o solo de determinados sectores.
Por otro lado, de qué puede
quejarse el Presidente de la República cuando es objeto de ataques justificados
o no, de especulaciones descalificadoras, de adjetivos, conductas o hechos no
comprobables. Su andar político, desde sus inicios hasta hoy, tiene un reguero
continuo de las formas de conducta que hoy critica. Recordemos sus
declaraciones, discursos, diálogos, entrevistas, adornadas profusamente de
expresiones no solamente duras, que pueden ser aceptables en la contienda
política, sino de calificaciones hasta de índole personal y comparaciones
ofensivas y denigrantes. Se cosecha lo que se siembra. Siempre llega el tiempo
de las respuestas. Lo que se dice no queda siempre como deuda, siempre reclama
su pago.
En fin, sería un gran servicio
al país y particularmente a la lucha contra la corrupción, que la congresista
Cecilia Tait fuera más específica y contundente, mostrara evidencia
suficiente.
Lo que sí es evidente es que
la sombra de Belaunde va cubriendo cada vez más espacios en casi todos los
rincones del aparato gubernamental, del Parlamento, del Partido
Nacionalista, de toda la institucionalidad.
La captura de Rodolfo Orellana
ensancha clamorosamente las fronteras del escándalo y parece comprometer toda
la escena oficial partiendo desde administraciones anteriores hasta la actual.
Los próximos días serán muy
movidos políticamente. Las escaramuzas iníciales empezaron con suficiente
virulencia para vaticinar escenarios con muchos temblores que podrían llegar a
terremotos. Que Dios nos agarre confesados. O mejor, que Dios los agarre
confesados.
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