EL PREMIER EN EL CONGRESO
Por: Rolando Breña
Estamos seguros que, incluso, el oficialismo y sus
aliados, esperaban de la presentación del Primer Ministro, mayor altura
política, de sentido estratégico, así como respuestas y políticas integrales a
algunas preocupaciones más importantes de la gente.
Los antecedentes políticos, ideológicos,
académicos, la experiencia y la conocida facilidad oratoria y polémica de
Cateriano, así parecían indicarlo. Más, cuando el mensaje pretende anunciar
algo así como un quiebre fundamental en el comportamiento del gobierno, casi
como la inauguración de una etapa nueva de la historia del país, o ya, nuestra
incorporación anunciada como una suprema tentación, a las prosperidades y el
bienestar “Primer Mundo”
Pero no. Ni siquiera hizo honor a pedestres
presentaciones anteriores, todos preñadas de largas listas de promesas que
nunca encuentran el momento del parto, solo de abortos. O una larguísima serie
de obras y logros que las más de las veces solo circulan entre la burocracia y
los pasillos que en la realidad concreta. A tal punto es consciente, él mismo,
que nada nuevo llevó en carpeta, que solicitó delegación de facultades
legislativas a fin de que el Ejecutivo aborde los grandes problemas del país,
directamente y cuyo encaramiento debió tener listo y exponerlo. La propia
solicitud es una confesión que nada tiene claro, y es motivo de preocupación,
pues no sería extraño que puede ser usado en acciones clientelistas o
populistas habida cuenta que entramos en ajetreos electorales.
Tenemos la impresión que el Primer Ministro ha sido
ganado por el espíritu puramente operativo que es marca distintiva del régimen,
en grave detrimento de su formación profesional y política,
reduciendo la acción de gobernar al simple trámite de hacer obra. Quizá en este
momento pueda ser de alguna manera excusable, no es un gobierno que
se inaugura, es un gobierno que se va, sería inútil pedirle al final lo que no
hizo en sus comienzos.
No es pues, el mensaje del Presidente del Gabinete,
aunque así pretenda llamarse, de continuidad sino de continuismo y, por cierto,
no es para la grandeza de la patria como afirma en términos rimbombantes.
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