¿A quién censurar?
Por: Rolando Breña
La oposición parlamentaria ha hecho de la caída del
ministro Eleodoro Mayorga casi su bandera fundamental. Buscó su renuncia
negociando votos en la elección de la presidencia del Congreso, fue derrotada.
Quiso imponerla como condición para el voto de confianza al gabinete Ana Jara
(o Nadine, como se quiera) también fracasó. Enardecidos y con ansia de
desquite, armaron las condiciones para la censura en los tonos más duros y
radicales. Llevaron al ministro a la interpelación y ¡sorpresa!, casi nadie
había en el Hemiciclo para escucharlo. Ni sus defensores oficialistas ni los
indignados opositores y convocantes, ávidos de cortarle la cabeza. Ejercitó su
oratoria en soledad, rodeado de “expectantes” curules vacías, y escasísimos
asistentes que más se cuidaban de sus conversaciones particulares o festejaban
algún chiste, que de la crucial intervención del ministro.
Posiblemente para el oficialismo, importa poco lo
que puede decir Mayorga, lo blindarán diga lo que diga. Para qué escucharlo.
Los “censuradores” actuaron con la misma lógica: nos importa un bledo su
discurso, censuramos y se acabó.
Menuda forma del “primer poder del Estado” de
cumplir la atribución constitucional de fiscalización y control político. Una
incalificable irresponsabilidad, que justifica, al lado de otras, el desastroso
nivel de aprobación que tiene.
¿A quién censurar entonces? ¿ Al ministro, por presunta
conducta promoviendo lobbies, participando o favoreciéndolos en beneficio de
intereses particulares y poco claros; a los congresistas que, en busca de
espacio político individual o grupal para arrinconar al gobierno, no dudan en
convertir la interpelación y la censura en simples instrumentos para tales
fines, manoseando utilitaria y pragmáticamente legítimos cuestionamientos a
políticas y actos gubernamentales?.
Ambas conductas, oficialistas y “censuradores”, nos
avisan hasta qué punto se deterioran las formas de hacer política. Hay que
saber ser oficialistas y hay que saber ser opositores. Lo lamentable es que al
centro de esta política menuda, chabacana y revanchista, se manejan los
intereses de la gente solo como referencia o insumo descartable para pequeñas
escaramuzas.
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