“EN EL DÍA DE LA PAZ INTERNACIONAL”
Por: Rolando Breña
Tener paz, vivir en paz, deben
ser los más caros anhelos que tenemos los seres humanos. Nuestra permanencia en
la tierra es tan corta, que la quisiéramos libre, al menos algunos instantes,
de toda la vorágine de la llamada vida moderna, que a pesar de sus maquinas y
sus aparatos, su velocidad, sus inventos y su ciencia, olvida regalarnos
momentos para sonreír, para soñar, para acariciar y ser acariciado, para
sentirse parte de la naturaleza y gozar con ella en sencilla relación y
libertad.
Todos hablamos de paz. Los
poderosos y los humildes. Los que lo tienen todo y los que no tienen nada. Los
sabios y los humildes. Todos la buscamos y la acomodamos a nuestra guisa.
Debe ser de las palabras más
socorridas, de los conceptos más disímiles, de los usos y explicaciones más
contradictorias y sorprendentes.
Los agresivos y los violentos
se refugian en ella para esconder su laya. Los mansos la ven como prolongación
de sí mismos. Los dictadores y los libertarios la tienen inscrita en sus
banderas. Los revolucionarios y los conservadores la proclaman a todos los
vientos.
Pobre y gloriosa palabra. A su
sombra o a su luz las libertades se conquistaron a sangre y fuego, y a sangre y
fuego también fueron aplastadas. Cuántas guerras y crímenes han pretendido y
pretenden un baño lustral agitando su nombre.
En estos tiempos,
lamentablemente, la paz está en derrota. Vivimos “en un mundo transido por la
crisis, el caos, la violencia, la inseguridad. Donde los fantásticos adelantos
científicos, técnicos y tecnológicos, en lugar de solventar las carencias de la
gente y mejorar su vida, proteger el planeta, nos deslizan por la senda de la
ruina y el descalabro. Un mundo en que la prepotencia militar y económica, las
amenazas, las guerras, los atentados, los chantajes, el espionaje generalizado
a estados y personas, la violación de elementales derechos humanos, las drogas,
la prostitución infantil y la trata de personas, el terrorismo, el asesinato…
son el pan de cada día”.
“En los tiempos que corren, la
lucha por la paz se tiñe de violencia, cuando quienes fungen de amos y señores
del mundo, pretenden hacer de él un coto privado, convirtiendo a los seres
humanos en simples sobrevivientes, en simples objetos o piezas intercambiables
en beneficio de sus privilegios, placeres, vicios, derroches, de su búsqueda de
poder omnímodo y eterno*”.
“Se asesina no solo a personas
y naturaleza, se asesinan también los valores y las virtudes, la conciencia, la
moral, en nombre de una nueva teocracia de la libertad absoluta del mercado,
que cual moderno Rey Midas, todo lo que toca, en lugar de transformarlo en oro
lo envilece. Hasta el bien y la belleza, el amor, el arte, la cultura son solo
mercancía y ganancia pecuniaria, los corrompe y los mercantiliza, los hace
miasma y podredumbre*”.
Por eso en la lucha por la
paz, “no podemos admitir la indiferencia, la inercia, el dejar hacer y dejar
pasar, la tolerancia frente a la dictadura, abuso, injusticia, la paz se
conquista no se espera; la paz se lucha, no se encuentra como dádiva*”.
Transcribimos dos textos
ilustrativos sobre la paz:
“La paz no es la ausencia de guerra. Es una construcción cultural y social cuyas raíces se hunden lejos en la historia. No es el resultado de un “cese de fuego”. Menos la negación de los conflictos. Es el arte de conducir pacíficamente los conflictos y este arte se ejerce a escala del mismo individuo, de la familia ante de practicarla a escala de grupo o de la nación. No se construye la paz negando el conflicto. No se construye la paz, tampoco, olvidando la complejidad y las raíces profundas de la violencia entre las personas y en las culturas, como forma de llevar las relaciones con los otros o con uno mismo” ( Pierre Calame, Fondation pur le progrés del ‘homme. Traducción nuestra)
“Una cultura de paz es un
proceso consistente en el establecimiento de confianza y cooperación entre los
pueblos. Eso significa aprender a resolver los conflictos por la palabra antes
que con las armas; combatir el hambre y la injusticia social antes que
combatirse unos contra otros; consagrar los recursos gubernamentales a los
programas sociales antes que al mantenimiento de las armas…
Para salir de una cultura de
guerra, los pueblos necesitan de una nueva sociedad donde los conflictos pueden
ser resueltos de una manera no violenta”. (Naciones Unidas. Traducción nuestra)
Quizá podamos tentar explicar
la paz como la conjunción de condiciones en las que el ser humano se reconozca
a sí mismo como tal, reconociéndose también uno entre los otros, sin más
ambición que la simple y extraordinaria conquista en común de una existencia en
la que el pan y la belleza no le sean ajenos ni amargos.
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