Sobre Felipe Osterling Parodi
Por: Rolando Breña
Desde mis orillas marxistas van mis reconocimientos a Felipe Osterling,
dirigente histórico del PPC, hombre consecuente con sus posiciones
socialcristianas, permanente opositor a los autoritarismo y las dictaduras.
En los avatares de la vida política, tuvimos encuentros, encontronazos y
también coincidencias. Naturalmente, porque teníamos concepciones ideológicas
distintas y hasta contrapuestas, particularmente cuando ambos formábamos parte
del Senado de la República en el periodo 85-90.
Osterling, también Ministro de Justicia, formaba parte de la coalición
con Acción Popular, y nosotros como bancada de Izquierda Unida con 15
senadores, éramos oposición.
Personalmente, lo recuerdo de manera nítida en su confrontación
con el golpe de estado de Alberto Fujimori, que lo encontró como Presidente de
Senado.
A propósito de su muerte, se ha recordado la posibilidad de restaurar el
senado. La unicameralidad diseñada por el golpismo Fujimorista, casi es
una caricatura de Parlamento; con un Reglamento autoritario y antidemocrático,
con una representación cada vez más ilegitima y mediocre, proclive a la
llegada de aventureros y negociantes de la política.
Sin embargo la vuelta del Senado tendría que formar parte de una reforma
integral del Estado. Por sí solo, podría, tal vez, darle un tanto más de
representatividad y legitimidad, elevar el nivel de conocimiento y debate
parlamentarios. Pero siempre será insuficiente, si el propio parlamento, como
los demás poderes no se rediseñan, no solo para mejorar sus niveles de
legislación, fiscalización, control, sino para encontrar y promover
nuevos conceptos y mecanismos democráticos que posibiliten que la presencia y
la voz de los ciudadanos sea escuchada y respetada. Obviamente, se requiere
también profundas transformaciones en las institucionalidades partidarias.
Sin ánimo de hacer historia ni pretender demostrar que “cualquier tiempo
pasado fue mejor, hay que recordar que el Senado reunió, en su tiempo, lo mejor
de las dirigencias y liderazgo partidarios, con adecuada y brillante formación
y trayectorias políticas. Que respondían a presencia y legitimidad
nacionales y aun cuerpo de doctrina y principios partidarios o de
conciencia, que teñían los debates, muchas veces crispados y hasta violentos,
de solvencia y conocimiento, aunque no siempre se llegara a la coincidencia o
al criterio común.
Recuerdo muy bien algunos nombres en los diez años en que me cupo
participar del Senado. Sin exprimir los recuerdos a fondo me vienen a la
memoria rápidamente algunos nombres, ya muchos fallecidos. En el APRA: Prialé,
Villanueva, Sánchez, de la Casas, Valle Riestra, Lozada, Stámbury, Ramos Alva,
… Acción Popular: Alva Orlandini, Ulloa Elías, Acurio, Díaz Orihuela,
Monteagudo, Trelles… PPC : Osterling, Polar, Alayza, Grundy, Garrido Malo…Izquierda
Unida: Malpica, Bernales, del Prado, Ledesma, Diez Canseco, Fernández
Maldonado, Castro Lavarello… No olvidemos a Cáceres Velásquez del FRENATRACA.
Los debates del senado eran para “conocedores”. Nadie se atrevía
hablar sin conocer los temas. Algunos arriesgados o temerarios salían no muy
bien parados, pues desde cada cantera, ideológica política o profesional,
surgían respuestas contundentes e ilustradas, acompañadas de temibles
capacidades polemistas y de exposición.
No existía, ni se podía permitir, cuadricular el debate en segundos, ni
el irrespeto de apagar los micrófonos al orador. Los tiempos dependían de la
profundidad de los temas y los aportes de los participantes.
Los proyectos eran debatidos en dos estaciones. Todo proyecto de Ley, principalmente
aquellos referentes a reformas fundamentales o problemas centrales del país,
siempre tienen un trasfondo ideológico, siempre contienen elementos políticos.
No existen leyes “puras”, sin color o sin sabor. Siempre reflejan las
ideologías de quienes los sustentan y es preciso conocerlas y debatirlas. El
articulado es la plasmación práctica de todo ello; es absurdo, unilateral
y vacío, discutirlos o aprobarlos como si existieran en sí mismos, autónomos e
independiente.
Teniendo en cuenta estos principios el Senado, reitero, discutía
el proyecto en dos partes. La primera se llamaba “Discusión general “, en la
cual cada bancada parlamentaria exponía argumentos y análisis de orden
ideológico y principista. Aquí es donde la lucha de ideas tenia clara
manifestación, cada cual oponía sus principios contra los de los otros, en un
debate en el que se ponían a prueba conocimientos y fortalezas de las
militancias. Sobre este debate no había, no podía haber votación.
La segunda parte eran ya los artículos, también daba pie a
intensos debates, mezclados siempre con los ecos del debate general.
Así, creo que todos aprendíamos y aprendían también las personas que en
cada sesión del Senado, llenaban las galerías, siguiendo los debates muchas
veces con manifestaciones de apoyo o de protesta.
Se dirá que idealizo el Senado. Pero no. Porque también había, como
siempre, dictadura de mayorías. El famoso “carpetazo”, que era la votación
haciendo sonar las tapas de los escritorios para acallar las protestas o las
voces de las melodías. También se aprobaban leyes entre “gallos y medianoches”.
Existía la abusiva “exoneración del trámite de comisiones”, o se enviaban el
proyecto a tantas comisiones que nunca eran dictaminados. Y tantas cosas más.
Pero lo cierto es que, reitero el nivel de los debates tenían más altura
y conocimiento; la representación nacional daba al Senado mayor legitimidad y
visión de conjunto, aunque no siempre lo aprobado era lo mejor para el país.
Me he permitido estos trazos rápidos, incompletos y desconexos con
motivo del fallecimiento de Felipe Osterling, recordando nuestro trajinar
político en la década del 80 al 90.
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