lunes, 15 de septiembre de 2014

Voluntarismo y locuacidad
Por: Rolando Breña


El ministro del interior se siente casi como piñata de cumpleaños infantil. Así nos lo ha hecho saber en son de protesta, de queja, de reivindicación y a veces de guerra. Casi toda su actividad ministerial es objeto de crítica desde todos, o casi todos los rincones. Tienen razón en parte. Se sentirá como Cesar Vallejo, a quien le daban con un palo sin que él “les hiciera nada”.
Pero debe reconocer el general Urresti, que él es en gran parte la fuente de todas las críticas. Al llegar a la responsabilidad ministerial quiso que en su actuación, lo dijo más de una vez, se viera un antes y un después. Ese deseo no es criticable ciertamente. Aparentemente ha entrado con el ímpetu de romper estilos, formas, lenguaje, actitudes afincados en el sector que entorpecen, dificultan, o inutilizan sus funciones y objetivos. Tampoco eso es criticable.
El problema, o uno de los problemas, es que entra como una tromba, sin saber dónde entra, qué habrá de encontrar, sin saber que hay que hacer o cómo hacer. Entra con un espíritu de “ministro arrollador” como gusta que lo llamen, para arrasar las viejas cosas que no conoce bien y hacer nuevas cosas que tampoco sabe cómo pueden ser. Y ese es un problema de origen. El general Remigio Hernani, que también fue ministro, ha sentenciado: “un ministro no tiene que ir a aprender”. Quizá la sentencia sea demasiado definitiva. Es cierto que no se puede, que no se debe ir a una responsabilidad ministerial sin conocimiento previo, por lo menos aceptable de la problemática sectorial. Pero es verdad también que hay que ir con espíritu de aprendizaje. Nadie puede creerse suficiente o autosuficiente. Los últimos ministros “expertos” salieron mal parados con toda su sapiencia a cuestas.
Su ánimo que a partir de él todo sería diferente, lo ha llevado a renegar y criticar a todos sus antecesores, creándose inútilmente un frente opositor y crítico no desdeñable que va minando su credibilidad. Pero esta crítica a todo lo anterior, que tampoco fue bueno, termina casi como un mea culpa y confesión de  desconocimiento y falta de alternativas, cuando presenta como novedad un Plan de Seguridad ya presentado por anterior ministro criticado por él, y distintas medidas ya planteadas tiempo atrás. Es decir, como se expresa comúnmente, caminar, hablar, criticar, para terminar en lo mismo.
Sin embargo, preciso es reconocer su enorme energía, voluntad y ubicuidad, está en todas partes, “supervisando” (como gusta decir) los operativos, declarando el hallazgo de un kete o de toneladas de droga, de una pistola o un arsenal, en la captura de un delincuente menor o de una banda peligrosa; dando cifras y datos aunque sean controvertidos luego. Es posible que este carácter despierte alguna simpatía práctica en la gente, que siempre vio ministros o funcionarios distantes y fríos, que pretenden manejar todo desde sus escritorios o sus computadoras.
También es un ministro que da la cara. Que responde siempre. La función ministerial es una responsabilidad política y es bueno que pueda comunicarse, plantear y responder críticas. El problema aquí, es el peligro de caer en el “figuretismo”. Estar en todo, hablar de todo, responder a todo, sin discernir lo importante y lo prioritario de lo accesorio, sin escoger los momentos o los escenarios, sin medir las palabras o los conceptos. Como es general, cree que puede dirigirse a cualquiera como si se dirigiera a sus soldados.
Es bueno comunicarse con la prensa y la población. No solo para conocer lo que se hacer o  se piensa hacer, sino para que se conozcan y recojan las preocupaciones de la gente. Pero otra cosa es ya la locuacidad desatada, el buscar de la TV o la prensa escrita para las mínimas o irrelevantes cosas o para responder lo trivial. El ministro conoce esto por propia experiencia. Su impenitente locuacidad lo ha conducido a muchos aprietos, a pedir disculpas, a explicar a cada instante lo que quiso decir, a confrontar arbitrariamente y crearse críticos, a confundir cifras, a hacer calificaciones abusivas, a utilizar conceptos o palabras confusas o negativamente interpretable. Sin ánimo de recordar todas sus declaraciones, veamos algunas últimas:
            “Una característica de la virilidad es el reconocimiento de los errores”. ¿Qué tiene que ver la virilidad con reconocer errores? Un hombre muy viril (la virilidad corresponde solo a los varones) puede nunca pedir disculpas y jamás reconocer errores. Una mujer que no tiene por qué ser viril, puede reconocerlos y disculparse.
            “La minería ilegal es un delito peor que el narcotráfico”. Creemos que es una afirmación temeraria y excesiva, que favorece de una manera u otra la percepción sobre la criminalidad de los traficantes de drogas.
            “Hasta el más humilde TIENE A VECES, buenas ideas”. Realmente esta apreciación si es ofensiva y absolutamente injusta. En otras palabras, según nuestro ministro, los humildes tienen buenas ideas solo por excepción; y los no humildes (el ministro entre ellos) siempre tienen buenas ideas. No necesitamos explicarnos más.
Es bueno, reiteramos, que el ministro se comunique; pero sería mejor dejar de lado la locuacidad incontrolada que no conduce a buenos resultados. “Calladita te ves más bonita” reza un consejo popular. No es que el ministro se vea más bonito calladito, sino que a más locuacidad, más problemas.

            No es necesario “utilizar mucho eufemismo, un léxico más refinado que lo puedo hacer”, como se queja el ministro, solo las palabras normales comunes y corrientes con prudencia, moderación y cuando las circunstancias lo requieran.

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