lunes, 29 de septiembre de 2014

Kafka y el obrero Rafael Martínez
Por: Rolando Breña


“Al despertar Gregorio Samsa una mañana, tras un sueño intranquilo encontróse en su cama convertido en un monstruoso insecto…”. “¿Qué me ha sucedido?”.
“No soñaba no.”
“Bueno – pensó ¿Qué pasaría si yo siguiese durmiendo un rato y me olvidase de todas las fantasías”?
De esta manera impresionante, empieza la extraordinaria narración breve de Frank Karfka, “La Metamorfosis”. El protagonista nunca supo el por qué y murió sin saberlo.
Algo así, pánico inexplicable, pesadilla, sueño malévolo o de nefasta fantasía, debió sentir el ciudadano peruano José Rafael Martínez López.
Sucede que este obrero, trabajador textil y padre de familia, sufrió, ya casi como todos los que vivimos en Lima, el robo de toda su documentos personales, entre ellos, un certificado de homonimia. Y como debería ser absolutamente rutinario y sencillo, nuestro compatriota, se apersonó a una comisaría para hacer la denuncia respectiva, que lo habilitara para gestionar los duplicados necesarios.
Allí empieza la malhadada travesía kafkiana de Martines López.
En lugar de constituirse, su visita a la dependencia policial, un hecho sin mayor importancia y de corta duración, fue apresado sin mayores explicaciones, recluido luego en la carceleta y permanece encarcelado hoy.
¿Cuál es la causa de este infortunio? Pues, tener los mismos nombres y apellidos de un requisitoriado narcotraficante español.
No se hicieron investigaciones preliminares. La aceitada maquinaria del General Urresti no se interesa en estos dramas, que ponen a las familias modestas en el desamparo, la indefensión y el abuso. Interesan más al Ministro mostrar ladrillos o paquetes de real o supuesta droga que cada día que pasa corrige en sus cantidades. No estamos contra el combate del narcotráfico. ¿Pero los derechos fundamentales de nuestros ciudadanos de a pie, a quién interesan?
El ministro aparece ante la prensa en el mismo momento de las incautaciones, premunido de cifras, pizarras, paquetes, punteros, rodeado de las planas mayores de la Policía, casi como un semidiós. ¿Cuándo aparecerá con toda su parafernalia material y oral para tratar sobre el obrero y ciudadano peruano José Rafael Martinez López? Primero, para condenar el abuso perpetrado; segundo, para iniciar una rápida y profunda investigación; tercero, para darnos a conocer las sanciones pertinentes; cuarto, para pedir disculpas, pero disculpas de verdad; quinto, para resarcir todos los daños morales, psicológicos, familiares, laborales y económicos ocasionados. Quizá estamos pidiendo también fantasías.
Hoy está plenamente demostrada su inocencia, y sigue preso. Pero no es la investigación de la policía, a la que está obligada la que reconoce si inocencia. No. Son los familiares desesperados, sorprendidos, asustados, quienes tienen que lidiar con todas las burocracias y las puertas y todas las autoridades, para recabar documentos, pruebas, declaraciones, realizar peticiones y ruegos.
¿Pero, por qué no esta libre ya? Por la desidia, el desinterés, la burocracia respecto de los derechos humanos, desde la comisaría hasta la cumbre ministerial; desde fiscales hasta jueces y el IMPE. Documentos van y vienen. Acopiar firmas y sellos es un tormento. Y cuando al fin está la orden de libertad, desgracia, en nuestro país la libertad de los ciudadanos peruanos, demostrada con firma y sello, no existe en días sábados ni domingos. ¿Dónde andamos, por ventura? ¿En qué estado de derecho vivimos, en el que los derechos fundamentales, la libertad primera de ellas, queda congelada o toma vacaciones los “días no laborables?”
Retomado a Kafka y a Gregorio Samsa, así debió sentirse Martínez López. Así deben sentirse muchos peruanos. Como insectos atrapados en inmensas, ajenas, deshumanizantes y crueles marañas donde los derechos no valen ni siquiera el papel donde están impresos; aunque el papel se llame ley o se llame constitución. Para muestra están las noticias cotidianas, principalmente en poblaciones marginales o marginadas, las comunidades campesinas y nativas.
Este lamentable hecho nos puede dar noticia que nuestras instituciones públicas, en este caso las encargadas de velar por nuestra seguridad, andan en los tiempos de la carreta, de las máquinas de escribir, de los expedientes a mano, huérfanas de mínima tecnología.
Martínez López es peruano, el narcotraficante es español. ¿No podía la policía verificar en contados segundos las huellas dactilares que demostrarían que no se trataba de la misma persona? ¿No podía constatar en breve tiempo que el peruano jamás había salido del país y que jamás tuvo pasaporte? Vemos en la prensa a diario reportes migratorios de nacionales y extranjeros ¿existe el de Martínez López? No lo pidieron o no les importó.
Igualmente ¿qué pasa con algunas instancias del Poder Judicial? No requerían días enteros, ni siquiera horas, para encontrar los originales del certificado de homonimia emitidos por ellos mismos en 1996?
¿Y el IMPE? Supedita la libertad del ciudadano, reiteramos, solo a los llamados días laborables. Cosa que tampoco es cierta, funcionarios y empleados realizan turnos todos los días. El jefe del IMPE declara que “su colaboración” con el drama de Martínez López es no recluirlo por ahora en la carceleta, sino “sólo en el penal de reos primarios de San Jorge” valiente ayuda.
Posiblemente sin la desesperada actividad de familiares y amigos, nuestro obrero textil, todavía no tendría la posibilidad de salir en libertad hoy día lunes. Tenemos que reconocer la positiva labor de los medios de comunicación, sin su concurso quizá la telaraña que aun envuelve a Martínez López, hubiese terminado por asfixiarlo.     

       

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