Kafka y el obrero
Rafael Martínez
Por: Rolando Breña
“Al despertar Gregorio Samsa una mañana, tras un sueño intranquilo
encontróse en su cama convertido en un monstruoso insecto…”. “¿Qué me ha
sucedido?”.
“No soñaba no.”
“Bueno – pensó ¿Qué pasaría si yo siguiese durmiendo un rato y me
olvidase de todas las fantasías”?
De esta manera impresionante, empieza la extraordinaria narración breve
de Frank Karfka, “La Metamorfosis”. El protagonista nunca supo el por qué y
murió sin saberlo.
Algo así, pánico inexplicable, pesadilla, sueño malévolo o de nefasta
fantasía, debió sentir el ciudadano peruano José Rafael Martínez López.
Sucede que este obrero, trabajador textil y padre de familia, sufrió, ya
casi como todos los que vivimos en Lima, el robo de toda su documentos
personales, entre ellos, un certificado de homonimia. Y como debería ser
absolutamente rutinario y sencillo, nuestro compatriota, se apersonó a una
comisaría para hacer la denuncia respectiva, que lo habilitara para gestionar
los duplicados necesarios.
Allí empieza la malhadada travesía kafkiana de Martines López.
En lugar de constituirse, su visita a la dependencia policial, un hecho
sin mayor importancia y de corta duración, fue apresado sin mayores
explicaciones, recluido luego en la carceleta y permanece encarcelado hoy.
¿Cuál es la causa de este infortunio? Pues, tener los mismos nombres y
apellidos de un requisitoriado narcotraficante español.
No se hicieron investigaciones preliminares. La aceitada maquinaria del
General Urresti no se interesa en estos dramas, que ponen a las familias
modestas en el desamparo, la indefensión y el abuso. Interesan más al Ministro
mostrar ladrillos o paquetes de real o supuesta droga que cada día que pasa
corrige en sus cantidades. No estamos contra el combate del narcotráfico. ¿Pero
los derechos fundamentales de nuestros ciudadanos de a pie, a quién interesan?
El ministro aparece ante la prensa en el mismo momento de las
incautaciones, premunido de cifras, pizarras, paquetes, punteros, rodeado de
las planas mayores de la Policía, casi como un semidiós. ¿Cuándo aparecerá con
toda su parafernalia material y oral para tratar sobre el obrero y ciudadano
peruano José Rafael Martinez López? Primero, para condenar el abuso perpetrado;
segundo, para iniciar una rápida y profunda investigación; tercero, para darnos
a conocer las sanciones pertinentes; cuarto, para pedir disculpas, pero
disculpas de verdad; quinto, para resarcir todos los daños morales,
psicológicos, familiares, laborales y económicos ocasionados. Quizá estamos
pidiendo también fantasías.
Hoy está plenamente demostrada su inocencia, y sigue preso. Pero no es
la investigación de la policía, a la que está obligada la que reconoce si
inocencia. No. Son los familiares desesperados, sorprendidos, asustados,
quienes tienen que lidiar con todas las burocracias y las puertas y todas las
autoridades, para recabar documentos, pruebas, declaraciones, realizar
peticiones y ruegos.
¿Pero, por qué no esta libre ya? Por la desidia, el desinterés, la
burocracia respecto de los derechos humanos, desde la comisaría hasta la cumbre
ministerial; desde fiscales hasta jueces y el IMPE. Documentos van y vienen.
Acopiar firmas y sellos es un tormento. Y cuando al fin está la orden de
libertad, desgracia, en nuestro país la libertad de los ciudadanos peruanos,
demostrada con firma y sello, no existe en días sábados ni domingos. ¿Dónde
andamos, por ventura? ¿En qué estado de derecho vivimos, en el que los derechos
fundamentales, la libertad primera de ellas, queda congelada o toma vacaciones
los “días no laborables?”
Retomado a Kafka y a Gregorio Samsa, así debió sentirse Martínez López.
Así deben sentirse muchos peruanos. Como insectos atrapados en inmensas,
ajenas, deshumanizantes y crueles marañas donde los derechos no valen ni
siquiera el papel donde están impresos; aunque el papel se llame ley o se llame
constitución. Para muestra están las noticias cotidianas, principalmente en
poblaciones marginales o marginadas, las comunidades campesinas y nativas.
Este lamentable hecho nos puede dar noticia que nuestras instituciones
públicas, en este caso las encargadas de velar por nuestra seguridad, andan en
los tiempos de la carreta, de las máquinas de escribir, de los expedientes a
mano, huérfanas de mínima tecnología.
Martínez López es peruano, el narcotraficante es español. ¿No podía la
policía verificar en contados segundos las huellas dactilares que demostrarían
que no se trataba de la misma persona? ¿No podía constatar en breve tiempo que
el peruano jamás había salido del país y que jamás tuvo pasaporte? Vemos en la
prensa a diario reportes migratorios de nacionales y extranjeros ¿existe el de
Martínez López? No lo pidieron o no les importó.
Igualmente ¿qué pasa con algunas instancias del Poder Judicial? No
requerían días enteros, ni siquiera horas, para encontrar los originales del
certificado de homonimia emitidos por ellos mismos en 1996?
¿Y el IMPE? Supedita la libertad del ciudadano, reiteramos, solo a los
llamados días laborables. Cosa que tampoco es cierta, funcionarios y empleados
realizan turnos todos los días. El jefe del IMPE declara que “su colaboración”
con el drama de Martínez López es no recluirlo por ahora en la carceleta, sino
“sólo en el penal de reos primarios de San Jorge” valiente ayuda.
Posiblemente sin la desesperada actividad de familiares y amigos,
nuestro obrero textil, todavía no tendría la posibilidad de salir en libertad
hoy día lunes. Tenemos que reconocer la positiva labor de los medios de
comunicación, sin su concurso quizá la telaraña que aun envuelve a Martínez
López, hubiese terminado por asfixiarlo.
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