LOS AMBULANTES
Por: Rolando Breña
Cada cierto tiempo, la venta informal en la vía
pública, es decir los ambulantes ocupan grandes espacios de polémica,
análisis, soluciones. Esto es particularmente denso en las Fiestas Patrias, las
navidades, y, particularmente en los procesos electorales.
No pretendemos reseñar puntos de vista o
argumentaciones, pero todos terminan en lo mismo: la urgente necesidad de su
erradicación, reubicación o desaparición, pues, se dice, son fuente de un
sinfín de calamidades y conductas antisociales, suciedad, desorden y caos. Aun
en el caso de que tales rasgos a ellos atribuidos pudieran existir, no son su
razón de ser ni su esencia fundamental. Este inmenso grupo humano ha de verse
como aquél que ha tenido y tiene la capacidad de crearse una forma de trabajo y
subsistencia contando por sus propias fuerzas, con extremadamente precarias o
inexistentes condiciones en dinero o bienes. Parte casi de la nada. Con las
manos vacías. Confrontan con y en una sociedad que los trata en términos de
exclusión y marginalidad, de agresividad y desamparo, de limitación en su
calidad de personas y de ciudadanos. Sin más contingente que una inmensa
voluntad y tenacidad, impulsadas por su necesidad de subsistir, de vivir, de
ser, poniendo en juego un extraordinario e indomable espíritu creativo y
optimista.
Son gentes que asoman a las urbes desde sus
querencias, arrojados por la miseria, por las crisis, por las calamidades
naturales o las producidas por el ser humano, por la violencia política o
armada, el narcotráfico, los abusos de poder, y la increíble incapacidad del
Estado para cumplir sus obligaciones.
¿Alguno de los críticos ácidos de los ambulantes,
imagina lo que significa arribar a una realidad extraña, trayendo en las
alforjas un mundo lejano y diferente, otras costumbres, otra historia, otro
idioma, otros valores y sentimientos, otras formas de hacer y de sentir, otros
dioses… buscando un sitio para subsistir, para existir, para ser?
¿Imaginan cuánto dolor, sufrimiento, trabajo,
sacrificio, se entremezclan con las esperanzas y las ilusiones?
No es éste un canto a los vendedores ambulantes. Es un
llamamiento a que los comprendamos, a que los veamos como parte y protagonistas
del inmenso proceso de búsqueda de los peruanos para vivir. No todos
transitamos, lamentablemente, por los mismos caminos. Muchos, demasiados,
tienen los caminos más duros, más peligrosos y a veces fatales. La vida, más
que la vida la sociedad existente, les exige mucho y les da poco. Oímos aún los
epítetos que ciertas personas les endilgan, vagos, delincuentes, cochinos,
ignorantes, terroristas, etc etc.
No son vagos. Trabajan muchos más duramente que
nosotros. A veces no saben a qué hora empiezan los días ni a qué hora
acaban las noches. Con sus bolsas, canastas, carretillas, cocinas, platos y
cucharas, ollas, azafates… sus doloridos cuerpos recorren kilómetros a pie o en
atestados microbuses. Y así también tendrán que correr de la brutalidad de
muchas represiones municipales, que maltratan, arrebatan, rompen, decomisan y a
veces matan.
No son vagos. Se requiere de una temible voluntad de
trabajo para alcanzar míseras ganancias con tantas vicisitudes.
No son delincuentes ni violentos. Es la violencia
social soterrada pero agresiva la que los lastima y los pone en permanente
estado de guardia y a la defensiva. Puede la delincuencia nacer y esconderse
entre ellos, como en todas partes. Pero vemos hoy que la gran delincuencia se
afinca en otros lares. Entre los corruptos, los lobistas, los más grandes
narcotraficantes, las mafias, etc y esos no están entre los ambulantes, están
más arriba, en las alturas del poder, del gobierno, de los imperios económicos,
visten de seda y huelen a perfume caro.
No son cochinos. Tal vez sus vestidos no tengan la
blancura y la limpieza de hospital y sus cabellos no sean visitados todos los
días por perfumado champú. Dígame usted: ¿Cómo se vería si vivieran en las
laderas o en las cumbres de los cerros limeños, o los polvorientos espacios
arenosos, donde la luz que llega es únicamente la del sol y lo único que tienen
como agua son las lloviznas limeñas?.Las duchas tibias, los jabones finos de
tocador, las toallas de algodón, son “sueños de opio” (Felipe Pinglo Alva)
No son ignorantes. Traen la sabiduría, los
conocimientos, la cultura de sus orígenes. Distintos a los de las grandes
ciudades, pero no mejores ni peores. Solo diferentes. Y habrán observado que
casi en un abrir y cerrar de ojos se hacen duchos en el comercio, en la
manufactura, en la cocina; dominando todas las formas y canales del mercado y
los precios. Pueden ser analfabetos, pero veamos cómo han incursionado en la
modernidad tecnológica y digital.
No son refugio de terroristas. Estos se refugian en
cualquier parte, en universidades, sindicatos y gremios, las fuerzas armadas y
policiales, en los poderes públicos, en las propias llamadas clases altas.
En fin, estas líneas, repito no son un “Canto
ceremonial” (robando palabras a Arturo Corcuera) al vendedor ambulante. Ahora
que están cercanas las elecciones municipales, hay que desear que se puedan
encontrar los mejores caminos para los vendedores ambulantes en relación con la
ciudad y todos nosotros.
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