Los ambulantes (segunda parte)
Por: Rolando Breña
Quienes hayan leído nuestra columna anterior, podrían concluir que los
vendedores ambulantes, serian para nosotros un dechado de virtudes. Sabemos que
no es así. También colaboran con los males de la ciudad. Agregan basura y
desperdicios, ruido y estridencias, dificultan el desplazamiento de peatones y
la circulación de vehículos, expenden productos piratas y de contrabando,
añaden contaminación ambiental, etc. No son el origen de esos problemas, se han
convertido en parte de ellos, no de manera voluntaria sino empujados por la
obligada migración interna, el desempleo o empleo precario. Por eso, las
soluciones de desalojo o reubicación nunca serán las más correctas ni las
definitivas. Podremos desembarazarnos de ellos solo por breves periodos,
mientras los desalojados organizan su retorno o los reubicados son reemplazados
por los siguientes migrantes o desocupados, arrojados a la vía pública por la
edad, los despidos o la incapacidad del mercado laboral para absorberlos. No es
pues un asunto que puedan resolver los propios ambulantes o los municipios con
sus huestes de serenazgo, decomisos, multas, represión o golpizas.
Tampoco las furibundas condenas en nombre de la salubridad, del orden,
de la seguridad, de la moral. Es un fenómeno no deseable que acompaña a los
modelos y políticas económicas seguidas hasta hoy.
Por otro lado, nadie puede cerrar los ojos a la importante contribución
que dan a sectores sociales con menos recursos adquisitivos, satisfaciendo
necesidades inmediatas, aunque sea sin todas garantías y seguridades, que
tampoco podrían cubrir ni siquiera en términos precarios en los circuitos
normales o legales.
Más aun, en la práctica, casi todos acudimos alguna vez a los vendedores
ambulantes. Desde los madrugadores emolienteros con sus desayunos de quinua o
maca, pasando por los huevitos de codorniz, las yuquitas fritas, el maní
confitado y las habitas fritas o cocidas, las bolsitas de fruta fresca y
pelada, las distintas clases canchita, las papas y choclos calientes con queso
y ají, los caramelos y chicles que canta Micky Gonzales, utensilios caseros de
todo tipo y calidad; los chifas, fritanguitas y anticuchos, alitas, riñoncitos,
ceviche de carretilla y a todo precio; libros, discos y miles de objetos y
servicios de los más necesarios, raros o curiosos…
Y todo tiene público consumidor, algunos aparecen en los amaneceres,
otros al medio día y muchos son nocturnos; siempre en guerra con los serenos y
sus perros, en guerra entre ellos mismos por minúsculos espacios en las aceras
o en los parques.
Tampoco las grandes empresas formales tendrían mucho que quejarse. Son
un medio de comercialización dinámico que les permite deshacerse de excedentes
de producción, de los que tienen cercana la fecha de vencimiento, aumentar sus
ventas sin las complejidades de las vías normales y con más utilidades,
probablemente.
Está demostrado que todos los vendedores ambulantes ven su actividad
solo como un medio pasajero de ganarse la vida. Su movilidad económica, social,
educativa es constante. Han construido emporios comerciales y empresariales en
casi todos los rubros (Gamarra, Polvos Azules, La Cachina, Las Malvinas),
restaurantes afamados tienen sus orígenes en carretillas de esquina o fabricas
diversas que nacen en un pedazo de plástico en las aceras o de mercaderías
llevadas en el hombro, así como los nuevos referentes del diseño y la moda.
Interminable seria recordarlos.
Economistas y Sociólogos concuerdan en que esta inmensa masa, ha sido
una especie de “colchón” que atenúa enormemente las consecuencias de las crisis
económicas, neutralizando, evitando o debilitando probables estallidos
sociales. Recordemos que Sendero Luminoso trabajó bastante para ganarlos,
mientras que gobiernos, municipios y los grandes sectores formales y sus
partidos lo que hicieron fue criminalizarlos y reprimirlos.
Mientras se glorifiquen las “bondades” de las actuales políticas
económicas exclusivamente en términos de crecimiento, sin tener en cuenta
desarrollo integral y sostenible los ambulantes serán de presencia obligada y
numerosa.
En el Perú de hoy acceder a un empleo formal y remunerado adecuadamente
o recuperarlo, es muy difícil, largo y costoso. Así lo precisa el Banco Central
de Reserva en un documento titulado “La duración del desempleo en Lima
metropolitana”. Indica que al sexto mes de encontrarse desempleado el
interesado recién se “estabiliza”. Nos parece muy optimista. Hay desempleados
permanentes y demasiados trabajadores eventuales e innumerables “cachueleros”.
También es optimista afirmar que tres meses es el tiempo en que el desempleado
pueda encontrar empleo.
El que tiene la desgracia de quedar desempleado, tiene pocas
oportunidades de recuperarlo. La sociedad, el gobierno, prácticamente ya no los
toma en cuenta y cada uno tiene que ver por sí mismo. Se convierte en una necesidad
absoluta crear su propia fuente de sobrevivencia, mejor si es afín a sus
antiguos ocupaciones, o como sucede casi siempre, en lo
que se pueda encontrar.
En fin, los vendedores ambulantes no son una plaga o un mal necesario.
No son los indeseables que unos ven o los pobrecitos digno de compasión que
otros creen. Son trabajadores que quisieran encontrar empleo formal y decente.
Hagamos lo posible para que así sea.
¿Y qué gran ciudad no tiene vendedores ambulantes? Roma, Moscú, Paris,
Londres, Madrid, México, Buenos Aires, Rio de janeiro, Nueva York, Pekín, Nueva
Deli…
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