Matar a Susana, aquí y ahora
Las izquierdas procesan con
dificultad el resultado electoral. La primera reacción ha sido crucificar a
Susana Villarán acusándola de crímenes de lesa política, que irían desde la
apertura a otras tiendas y sectores, hasta de una supuesta abjuración de su identidad.
Este deleite cainita no debería impedir un balance menos familiar de las
elecciones y leer entrelíneas algunos análisis, sobre todo los que se
reducen a las elecciones en Lima, los que ocultan el fracaso de la izquierda
partidaria en las regiones o los que minimizan la pérdida de un voto nacional
en favor de la izquierda.
Matar a Susana aquí y ahora además de
injusto no resuelve nada. En Lima, la derrota es más que una pérdida electoral;
refleja dos hechos que serán relevantes de cara al 2016: 1) la derrota de la
unidad, una esperanza en un momento crucial de nuestra democracia, precaria y
enfrentada al cambio; y 2) la pérdida de un caudal de votos imprescindibles
para re-construir una alternativa.
Es cierto que Villarán cometió errores aunque entre estos no se encuentra el esfuerzo de apertura, un gesto que ningún candidato en el Perú podría darse el lujo de subestimar; fueron más bien errores en la ejecución de la apertura, especialmente en la relación con determinados actores. El resto de grupos se fueron por las ramas, desbarrando entre el pragmatismo y el tradicional apuro que deviene de un histórico desorden.
Es cierto que Villarán cometió errores aunque entre estos no se encuentra el esfuerzo de apertura, un gesto que ningún candidato en el Perú podría darse el lujo de subestimar; fueron más bien errores en la ejecución de la apertura, especialmente en la relación con determinados actores. El resto de grupos se fueron por las ramas, desbarrando entre el pragmatismo y el tradicional apuro que deviene de un histórico desorden.
Mientras Alianza para el Progreso
(APP) se presentó en 23 regiones, el fujimorismo en 18, y Acción Popular en 16,
el Frente Amplio se presentó en 11, el mismo número que el Apra. En donde el
Frente Amplio (FA) participó no le fue bien; en Lima, su mejor resultado fue en
Ancón (1,22%) y en las regiones, en Lambayeque (2,65%). En algunos casos, como
en el Cusco, Puno y Moquegua, el FA se emplazó contra la izquierda regional
solo para ser derrotado. Por ejemplo, en Chota, el MAS le ganó al Frente Amplio
42% a 0,7% y en el Cusco Tierra y Libertad obtuvo poco más de 5%.
La limeñización de las izquierdas
partidarias es una realidad y el Frente Amplio está prácticamente muerto en
tanto que su grupo más organizado, Patria Roja, ha obtenido sus mejores
resultados fuera de ella, en Cajamarca y en Madre de Dios. De cara al 2016 se
hace patente un derrotero cuyo ritmo será marcado por la agrupación propietaria
de la única inscripción electoral; el esquema aprendido en los últimos 35 años
está dibujado: una azarosa negociación de pequeñas cúpulas que reciben el
nombre de “nacionales” de espaldas a miles de militantes sin partidos y de la
izquierda extrapartidaria, que parirá un espacio estrecho resistente a la
apertura.
En las izquierdas escasea el
liderazgo, ese componente crucial de cualquier proceso de agregación de actores
políticos. No obstante, el problema no parece ser solo de perfil e identidad sino
también de proyecto. Lo que hace dos años aparecía como una izquierda nueva,
innovada por un programa ambiental y reformador institucional, y que iría a
estrenarse en estas elecciones, ha tenido poca fortuna y ha sido derrotada en
casi todas las plazas donde se procesan conflictos de naturaleza extractiva.
Es tarde para un modelo de unidad
tipo Frente Amplio; la fórmula ya no es posible y quizás ni necesaria. Como en
otros países, la izquierda existe y ha sido resistente a la prédica depredadora
de la derecha y sobrevive a sus propios errores; no obstante, está cada vez
menos presente en los partidos y más en la sociedad, en una suerte de dualidad
que debería ser asumida, una izquierda partidaria y otra social/regional.
De cara al futuro la interrogante reside
en la capacidad de esa maltrecha izquierda partidaria para relacionarse con la
izquierda social/regional sin intentar ponerse primero en la fila sino animar
una gran convergencia con vocación de apertura. Lamentablemente, sus líderes
todavía están ocupados matando a Susana y con un discurso que va en sentido
contrario. Es curioso: izquierdas que celebran la apertura de sus pares en
Brasil, Uruguay y Bolivia pero que consideran que su deber aquí es enconcharse.
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