SEGURIDAD PÚBLICA
Por: Rolando Breña
La seguridad pública está
terminando por ahogar al gobierno. No solo es la principal causa de
preocupación de los peruanos, lo más grave es que el gobierno se halla
totalmente despistado, perdido. Cercano a completar la media docena de
Ministros del sector, no atina a encontrar o plantear respuestas o alternativas
a la cada vez creciente escalada criminal que, literalmente, se apodera de la
vida y los bienes de los peruanos, con la presencia indetenible de todas las
formas del delito, desde las más primitivas, elementales y directas, hasta las
más sofisticadas y altamente tecnológicas. Nadie está a salvo. Ni los modestos
trabajadores, amas de casa, jubilados, escolares de familias humildes; hasta
los que disponen de refinados medios de seguridad, de guardaespaldas,
tecnología de última generación, autos blindados, fortines domiciliarios o
armas de todo calibre.
Hay una sensación alarmante de
abandono, que cada cual se haga responsable de sí mismo, que los
organismos e instituciones que tienen la obligación de proteger la población se
ven inútiles y sobrepasados y que incluso están corroídas por la delincuencia.
No sirven de mucho los
innumerables “operativos” al menudeo ni las alharacosas conferencias de prensa
del Ministro del Interior, ni sus “novedosas” e inservibles medidas de sacar de
las oficinas algunos policías y enviarlos a las calles, eliminar el método 24
por 24, vestir policías de civil, preparar en cursos relámpagos a los
licenciados de las fuerzas armadas para incorporarse a la policía, proveerse
más vehículos o armas, etc. Todas son medidas incompletas, inconexas,
anárquicas, propuestas o ejecutadas a la champa, a ver qué sale.
Se requiere la formulación
seria de una política nacional de seguridad pública que comprometa la directa
responsabilidad del Presidente de la República y que no se base exclusivamente
en los organismos de represión o los jurisdiccionales. Es un problema que
comprende al conjunto del país. Deben estar presentes los gobiernos regionales
y locales, la ciudadanía organizada, las instituciones públicas y privadas, las
Rondas Campesinas y Vecinales. A la base la construcción de conciencia
colectiva de defensa y seguridad, de espíritu solidario y participativo, de
concebir la seguridad pública como un asunto de todos con el deber y la
obligación de participar.
No es descabellado señalar que
la inseguridad pública y su agravamiento tienen que ver con la invasión en el
imaginario y la mentalidad de las personas de concepciones individualistas y de
grosero pragmatismo, que arroja los problemas sociales, como la seguridad, a
soluciones puramente particulares o individuales o de grupos privilegiados.
El debilitamiento del espíritu
solidario, gregario, de colaboración mutua también debilitan una respuesta
común y abonan el surgimiento y el desarrollo de la violencia delictiva. Por
ello, no se requieren solamente de planes operativos, represión,
infraestructura, equipamiento o logística, sino reiteramos, de construir,
fortalecer y desarrollar conciencia solidaria y colectiva.
Lamentablemente el gobierno,
desde el Presidente de la República hasta los Ministros del Interior,
conceptuaron la seguridad pública como un problema menor, de simple tratamiento
sectorial, policial y represivo. Hasta casi negaron su existencia y su veloz
desarrollo, menospreciando y ridiculizando la preocupación, alarma y el temor
de la población.
Recordamos cuando un Ministro
formuló la tesis que la inseguridad pública era solo una “percepción”. Es
decir, que solo existiría en la imaginación de las gentes y por lo tanto era
absolutamente injustificada su preocupación y más injustificados aún sus
reclamos y sus exigencias. Otro Ministro tuvo la infeliz teoría que lo que
vivia la población frente a la inseguridad era simplemente “una histeria”.
Obviamente, siendo una histeria, tampoco era realmente existente y que no había
que preocuparse demasiado. Faltó que aconsejase a la población, que estando
histérica, acudiera no a las comisarias para encontrar defensa y auxilio, sino
a psicólogos o psiquiatras.
Nuestro actual Ministro ha
explicado que tampoco debemos preocuparnos por el sicariato. Dice él que es
problema entre delincuentes que se matan entre ellos. Con esta concepción los
sicarios cumplirían un papel benéfico: aniquilar delincuentes. Entonces, quizá
habría que darles libertad de acción para que nos liberen de criminales
peligrosos y hasta declararlos benefactores de la sociedad.
Por último, el Presidente de
la República, dando al asunto ribetes casi filosóficos, nos enseña que el
sicariato es consecuencia de la globalización. Vaya. Estamos fritos, es poco o
nada lo que podemos hacer. Aunque esta contribución teórica presidencial
merecería un análisis mayor.
En suma, si para este gobierno
los problemas de inseguridad y de delincuencia son “percepciones” o son
“histeria”, o el sicariato solo es problema de delincuentes y es consecuencia
casi natural de la globalización es explicable que estemos como estamos. Así no
tenemos salida por ahora.
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