INTELIGENCIA PARA QUÉ?
Por: Rolando Breña
Parece que las ocupaciones más importantes de los servicios de
inteligencia bajo este régimen y sus mejores esfuerzos, se han dedicado a
espiar opositores, disidentes, inconformes, críticos de fuera o dentro del
nacionalismo, a investigar exposiciones de artes plásticas o hurgar en los
argumentos de las obras de teatro presuntos contenidos o apologías terroristas.
No es exageración alguna, al contrario, es una afirmación real, decir que
esas acciones son un símil descarado, burdo y torpe de los métodos de la
dictadura del fujimontesinismo.
El Presidente de la República, en comunicado público leído
personalmente, ha negado enérgicamente estas formas de utilización de los
servicios de inteligencia para espiar o realizar reglajes. Obviamente la
negativa era esperada. Ningún gobierno aceptaría nunca que espía y regla a
quienes le son incómodos, menos éste cuya credibilidad se encuentra tan mellada
por el sinnúmero de actitudes e inconsecuencias, insinceridades y deslealtades
con las que ha regado estos tres últimos años. Humala además, llamó a una
profunda investigación por el Congreso y el Ministerio Público y estaría
dispuesto a “abrir” la DINI para poner a disposición la documentación necesaria,
hasta la secreta y confidencial.
Suena poco convincente la argumentación presidencial de no participación
ni conocimiento, pues existen elementos que las investigaciones periodísticas
han puesto en evidencia, así como la probada participación de agentes de
inteligencia en el reglaje, por ejemplo, de la Vicepresidenta de la República
Marisol Espinoza. La voz presidencial se alza cuando este asunto adquiere
ribetes de escándalo indetenible y amenaza envolver al gobierno en una crisis
mayor, que en lo inmediato puede acabar con el Gabinete Ministerial. Es dudoso
también que haya investigación objetiva e independiente. No es verdad que la
DINI pueda poner a disposición de una investigación, aún sea parlamentaria,
todo lo secreto y confidencial de los servicios de inteligencia. No es verdad
que una investigación pueda ser realmente “abierta”, por propia naturaleza la
inteligencia es secreta y no estará “abierta” sino en la medida en que el
gobierno y la DINI lo consideren necesario; a pesar que los investigadores
puedan tener la intención y la voluntad, siempre tendrán que sujetarse a
información y documentación administrada interesadamente. No tiene ninguna
significación mayor que sea la Comisión Parlamentaria de Inteligencia la
encargada de esa tarea. Por un lado porque lo maneja el oficialismo y por otro,
carece de los mecanismos y atribuciones que puedan obligar a la DINI y al
gobierno todas las facilidades y los accesos necesarios y pertinentes.
Si aceptamos la negativa del gobierno, de todas maneras la
responsabilidad es suya. Es el reconocimiento pasivo, resignado,
tolerante o cómplice de la existencia de “inteligencias” privadas para
espiar y reglar ciudadanos. El Presidente de la República lo ha confesado al
pedir, casi suplicar, que los espías privados “no deben manchar” los trabajos y
los logros de los servicios de inteligencia del Estado. Humala los acepta, los
garantiza, tan sólo les pide “no manchar”. Ni siquiera los condena, menos los
combate o llama a combatirlos. La “inteligencia” privada es un próspero negocio
en el que tienen papel descollante precisamente ex miembros de los servicios de
inteligencia con sólidos nexos con funcionarios gubernamentales.
La Primera Ministra ha condenado el reglaje a cualquier ciudadano, en
particular a la Primera Vicepresidenta del gobierno. Esta declaración no es
suficiente. Ella es la responsable política, pues su despacho tiene implicación
directa en la DINI. Si, como parece evidente, es el gobierno quien está
detrás de este espionaje y reglaje, no tiene más camino que su renuncia y la de
todo el Gabinete. En el caso que, como argumenta el gobierno, son otros los
responsables, también amerita su renuncia, pues no es explicable, menos
justificable, que puedan operar impunemente organizaciones o bandas que manejen
“inteligencias” paralelas, que no pueden tener sino objetivos ilegales y
delincuenciales, habiéndolo transformado en un nuevo y lucrativo producto de la
economía de mercado libre y su ley de la oferta y la demanda.
Observando estos hechos de la coyuntura política, como partes de la
conducta general del gobierno en poco más de tres años de ejercicio, podemos
llegar a una lamentable conclusión que ratifica la frustración nacional popular
de las expectativas que el triunfo de Ollanta Humala generó: no solamente
significa en lo económico y social una total entrega a los esquemas y modelo
neoliberales, en pugna abierta con su prédica electoral y el apoyo del 33% de
los ciudadanos a la “Gran Transformación”, convirtiéndose así en el primer
tránsfuga del partido nacionalista; sino, termina aceptando y adoptando de
buena gana los métodos autoritarios, dictatoriales y manipuladores de la
dictadura fujimontesinista, cuya denuncia constituyó uno de los ejes de su
victoria electoral. Y precisamente, con los métodos que Fujimori y Montesinos
llevaron casi hasta la perfección, hace uso también de los servicios de
inteligencia para espiar y hacer seguimiento a los políticos o a todo
cuestionador de su gobierno, incluso, como precisamos, a miembros de su propio
movimiento que se atreven a mostrar alguna independencia o criterio propio o
reclamar de los principios y de las políticas primigenias.
Es, entonces, un gobierno doblemente perverso. Por un lado reniega y
hace abandono de sus propios orígenes a los que debe su encumbramiento; y por
otro, hace suyos los métodos y las formas de ejercer autoridad y gobierno
propios de la dictadura de Fujimori y Montesinos.
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