Las traiciones de Bolivia que llevaron a la invasión del Perú
La demanda de Bolivia a Chile por una salida al mar
puede traerle al Perú viejos y no olvidados problemas. Ya en Chile el
expresidente sureño Eduardo Frei ha planteado que el Perú debe pronunciarse
sobre el pedido boliviano, una posición que oficialmente La Moneda –sede del
gobierno chileno- no asume, pero que podría cambiar y meter al Perú en un lío
ajeno.
Aunque la diplomacia peruana hable de Bolivia como
una nación hermana, la historia no es tan generosa. Desde la fundación de
Bolivia, en 1825, este país ha sido un dolor de cabeza para el Perú y, aún hoy,
a pesar de todo lo que les dimos en 1879, los bolivianos de a pie no miran con
buenos ojos ni tienen buena imagen de los peruanos.
Hay un ánimo de desconfianza al Perú y lo mismo
pasa a nivel de gobiernos, sino recordemos la abierta y grosera oposición que,
por varios años, tuvo el presidente boliviano Evo Morales frente a la justa
demanda peruana contra Chile ante la Corte de La Haya por la delimitación
marítima.
Antes de seguir, recordemos las traumáticas
relaciones del Perú con la República de Bolívar, que ese fue el nombre inicial
de la actual Bolivia, creada a la medida de la ambición napoleónica del
Libertador caraqueño, cuya visión estratégica era despedazar al Perú para no
ser un peligro futuro de la Gran Colombia.
GUERRAS E INVASIÓN
El historiador Herbert Morote recuerda en su libro
“Bolívar, Libertador y enemigo N* 1 del Perú, que la independencia del Alto
Perú fue un paseo militar de Sucre porque la división cundía entre las tropas
realistas del general Antonio de Olañeta, muerto por un pistoletazo de uno de
sus hombres en la pequeña batalla de Tumusla.
Olañeta murió el 25 abril de 1825 y las fuerzas
peruanas que comandaba Sucre se posicionaron de La Paz, Chuquisaca y otras
ciudades altiplánicas. El Congreso peruano servil a Bolívar, refiere Morote con
escándalo, premió con un millón de pesos a los jefes libertadores del Alto Perú
que, hasta entonces, era parte del Perú.
En agosto de ese año, Bolívar llegó a La Paz y fue
recibido con honores de semidios. El general Sucre asumió la presidencia y se
inició la tormentosa vida republicana. El vencedor de Ayacucho, sostenido por
tropas colombianas, pronto encontró oposición boliviana y se salvó de morir en
un atentado. El caos reinaba en el país y se llamó al general Agustín Gamarra,
acantonado en el Cusco, para imponer el orden.
Ansioso de gloria, Gamarra invadió Bolivia sin
permiso del presidente La Mar ni del Congreso peruano. Sin oposición, ocupó La
Paz y las principales ciudades bolivianas. Con las fuerzas que tenía, pudo
re-anexar el Alto Perú, pero prefirió limitarse a desalojar del poder a Sucre y
acelerar el retiro de las tropas colombianas de Bolivia.
Tras otro breve periodo de anarquía, llamado por su
Congreso, el general paceño Andrés Santa Cruz asumió el mando de Bolivia y,
como buen organizador y administrador, con mano dura enmendó el rumbo caótico
de Bolivia y lo dotó de un ejército disciplinado y eficiente, de 5 mil hombres,
que utilizó para llevar adelante su aspiración de dominar el Perú. Astuto y
severo, Santa Cruz aprovechó la guerra civil que enfrentaba el presidente
Orbegoso contra los generales Gamarra y Felipe Santiago Salaverry.
Pronto puso su ejército boliviano al servicio de
Orbegoso y este mordió el anzuelo. Cuando se dio cuenta del error de aliarse a
Santa Cruz era tarde: este ya movía sus hilos y promovió congresos en Sicuani y
Huaura que dividieron al Perú en los Estados Sud-Peruano y Nor-Peruano, que
unidos a Bolivia formarían la Confederación Perú-Boliviana, en 1836, con Tacna
de capital. Antes, en las batallas de Yanacocha (agosto 1835) y Socabaya
(febrero 1836) había derrotado a Gamarra y Salaverry.
En Lima, un influyente grupo de civiles y militares
se opuso a la Confederación y la división del Perú. En busca de ayuda contra
Santa Cruz que se autonombró Sumo Protector de la Confederación, huyeron a
Chile y Ecuador.
Chile vio un peligro en la Confederación y armó un
ejército, con apoyo de exiliados peruanos, para combatirlo. La expedición fue
un fracaso y Santa Cruz pudo infligirles una histórica derrota, pero prefirió
negociar el reconocimiento de la Confederación y firmó el Tratado de Paz de
Paucarpata (noviembre de 1837), que salvó de una humillación al ejército
chileno.
El gobierno chileno, sin embargo, desconoció el
Tratado y rearmó un segundo ejército, más poderoso, en el que participaron los
militares Gamarra, Ramón Castilla, Ignacio de Vivanco, Antonio La Fuente,
Rufino Torrico y José Balta, todos los cuales llegaron a la presidencia del
Perú. Al mando del general Manuel Bulnes, las fuerzas peruano-chilenas
derrotaron a Santa Cruz en la Batalla de Guía (agosto 1838) y lo desalojaron de
Lima. En la Batalla de Yungay (enero 1839) la derrota definitiva de Santa Cruz
y su ejército boliviano sería la tumba de la Confederación.
En 1841, el presidente Gamarra intentó revertir la
situación e invadió Bolivia con el fin de reanexarla al Perú. Su expedición
alcanzó La Paz, pero por indisciplina y luchas intestinas entre los oficiales
peruanos, fue derrotado y muerto de dos balazos en Ingavi. En respuesta, el
ejército boliviano ocupó Puno, Cusco, Moquegua y Arica. El reinicio de una
nueva guerra internacional y la mayor capacidad de las armas peruanas, llevó a
la negociación a Bolivia y se restablecieron las fronteras y la paz en 1843.
Basadre escribió de Gamarra: Cuando pudo y tenía las
fuerzas para anexar Bolivia al Perú, en 1828, no quiso hacerlo. Cuando quiso
hacerlo, en 1841, no tenía las fuerzas y pagó con su vida. En Lima, la muerte
de Gamarra y la invasión del sur peruano causó conmoción y fueron fusilados una
veintena de oficiales y soldados, a los que se acusó de traición en la batalla
de Ingavi.
OTRA VEZ BOLIVIA
Bolivia volvería a cruzarse en la historia peruana
en 1879, pero esta vez en dimensiones catastróficas porque arrastraría al Perú
en una guerra con Chile, un conflicto que el Perú nunca buscó y, en cambio,
trató de evitar mediante una mediación encargada al diplomático José Antonio de
Lavalle, pero ya la jerarquía chilena estaba embarcada en una guerra de
conquista contra Bolivia y la extendió a nuestro país.
El historiador chileno Sergio Villalobos, en su
libro Perú-Chile, la historia que nos une y nos separa, señala que Chile, en
1878, no tenía ánimos belicistas contra el Perú ni Bolivia, e indica que
incluso ese año el ejército de tierra fue desmovilizado en parte. Sin embargo,
Chile sí tenía una enorme ventaja estratégica sobre Perú y Bolivia en cuanto al
dominio del mar, gracias a los poderosos blindados Blanco Encalada y Cochrane,
reforzada con tres corbetas y una flota de carga.
Solo uno de los blindados, tenía más del doble de
tonelaje que el monitor Huáscar, además de estar armados con cañones de
retrocarga, mientras que el poderoso cañón de la nave peruana era de avancarga
(se le ponía la bala por la boca), y para rotar en busca del blanco era movido
por la fuerza de los marineros. Otra ventaja fundamental de los blindados
chilenos era su doble hélice, que les daba velocidad y movimiento durante el
combate.
Bolivia, que propició el conflicto desde 1878 por
su política de imponer nuevos tributos y confiscar a las empresas extranjeras
que explotaban el salitre de Antofagasta, entró a la guerra con tres barquitos
inútiles y sus fuerzas de tierra eran ínfimas, tanto que su máximo héroe de la
contienda, Eduardo Abaroa, era comerciante y empresario, reconocido como coronel
años después de su muerte. Sin embargo, Bolivia solicitó y exigió al Perú
cumplir el Tratado Secreto de Defensa suscrito en 1873, bajo el gobierno de
Manuel Pardo.
La existencia de este tratado, que era secreto solo
en el nombre porque se conocía en todas las cancillerías de América del Sur,
fue el motivo que usó Chile para no aceptar la mediación diplomática del Perú
y, en cambio, por ser aliado de Bolivia, le declaró la guerra el 5 de abril de
1879, cuando el país estaba casi en bancarrota y dividido por la lucha facciosa
por el poder.
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