lunes, 5 de enero de 2015

Las traiciones de Bolivia que llevaron a la invasión del Perú

La demanda de Bolivia a Chile por una salida al mar puede traerle al Perú viejos y no olvidados problemas. Ya en Chile el expresidente sureño Eduardo Frei ha planteado que el Perú debe pronunciarse sobre el pedido boliviano, una posición que oficialmente La Moneda –sede del gobierno chileno- no asume, pero que podría cambiar y meter al Perú en un lío ajeno.
Aunque la diplomacia peruana hable de Bolivia como una nación hermana, la historia no es tan generosa. Desde la fundación de Bolivia, en 1825, este país ha sido un dolor de cabeza para el Perú y, aún hoy, a pesar de todo lo que les dimos en 1879, los bolivianos de a pie no miran con buenos ojos ni tienen buena imagen de los peruanos.
Hay un ánimo de desconfianza al Perú y lo mismo pasa a nivel de gobiernos, sino recordemos la abierta y grosera oposición que, por varios años, tuvo el presidente boliviano Evo Morales frente a la justa demanda peruana contra Chile ante la Corte de La Haya por la delimitación marítima.
Antes de seguir, recordemos las traumáticas relaciones del Perú con la República de Bolívar, que ese fue el nombre inicial de la actual Bolivia, creada a la medida de la ambición napoleónica del Libertador caraqueño, cuya visión estratégica era despedazar al Perú para no ser un peligro futuro de la Gran Colombia.
GUERRAS E INVASIÓN
El historiador Herbert Morote recuerda en su libro “Bolívar, Libertador y enemigo N* 1 del Perú, que la independencia del Alto Perú fue un paseo militar de Sucre porque la división cundía entre las tropas realistas del general Antonio de Olañeta, muerto por un pistoletazo de uno de sus hombres en la pequeña batalla de Tumusla.
Olañeta murió el 25 abril de 1825 y las fuerzas peruanas que comandaba Sucre se posicionaron de La Paz, Chuquisaca y otras ciudades altiplánicas. El Congreso peruano servil a Bolívar, refiere Morote con escándalo, premió con un millón de pesos a los jefes libertadores del Alto Perú que, hasta entonces, era parte del Perú.
En agosto de ese año, Bolívar llegó a La Paz y fue recibido con honores de semidios. El general Sucre asumió la presidencia y se inició la tormentosa vida republicana. El vencedor de Ayacucho, sostenido por tropas colombianas, pronto encontró oposición boliviana y se salvó de morir en un atentado. El caos reinaba en el país y se llamó al general Agustín Gamarra, acantonado en el Cusco, para imponer el orden.
Ansioso de gloria, Gamarra invadió Bolivia sin permiso del presidente La Mar ni del Congreso peruano. Sin oposición, ocupó La Paz y las principales ciudades bolivianas. Con las fuerzas que tenía, pudo re-anexar el Alto Perú, pero prefirió limitarse a desalojar del poder a Sucre y acelerar el retiro de las tropas colombianas de Bolivia.
Tras otro breve periodo de anarquía, llamado por su Congreso, el general paceño Andrés Santa Cruz asumió el mando de Bolivia y, como buen organizador y administrador, con mano dura enmendó el rumbo caótico de Bolivia y lo dotó de un ejército disciplinado y eficiente, de 5 mil hombres, que utilizó para llevar adelante su aspiración de dominar el Perú. Astuto y severo, Santa Cruz aprovechó la guerra civil que enfrentaba el presidente Orbegoso contra los generales Gamarra y Felipe Santiago Salaverry.
Pronto puso su ejército boliviano al servicio de Orbegoso y este mordió el anzuelo. Cuando se dio cuenta del error de aliarse a Santa Cruz era tarde: este ya movía sus hilos y promovió congresos en Sicuani y Huaura que dividieron al Perú en los Estados Sud-Peruano y Nor-Peruano, que unidos a Bolivia formarían la Confederación Perú-Boliviana, en 1836, con Tacna de capital. Antes, en las batallas de Yanacocha (agosto 1835) y Socabaya (febrero 1836) había derrotado a Gamarra y Salaverry.
En Lima, un influyente grupo de civiles y militares se opuso a la Confederación y la división del Perú. En busca de ayuda contra Santa Cruz que se autonombró Sumo Protector de la Confederación, huyeron a Chile y Ecuador.
Chile vio un peligro en la Confederación y armó un ejército, con apoyo de exiliados peruanos, para combatirlo. La expedición fue un fracaso y Santa Cruz pudo infligirles una histórica derrota, pero prefirió negociar el reconocimiento de la Confederación y firmó el Tratado de Paz de Paucarpata (noviembre de 1837), que salvó de una humillación al ejército chileno.
El gobierno chileno, sin embargo, desconoció el Tratado y rearmó un segundo ejército, más poderoso, en el que participaron los militares Gamarra, Ramón Castilla, Ignacio de Vivanco, Antonio La Fuente, Rufino Torrico y José Balta, todos los cuales llegaron a la presidencia del Perú. Al mando del general Manuel Bulnes, las fuerzas peruano-chilenas derrotaron a Santa Cruz en la Batalla de Guía (agosto 1838) y lo desalojaron de Lima. En la Batalla de Yungay (enero 1839) la derrota definitiva de Santa Cruz y su ejército boliviano sería la tumba de la Confederación.
En 1841, el presidente Gamarra intentó revertir la situación e invadió Bolivia con el fin de reanexarla al Perú. Su expedición alcanzó La Paz, pero por indisciplina y luchas intestinas entre los oficiales peruanos, fue derrotado y muerto de dos balazos en Ingavi. En respuesta, el ejército boliviano ocupó Puno, Cusco, Moquegua y Arica. El reinicio de una nueva guerra internacional y la mayor capacidad de las armas peruanas, llevó a la negociación a Bolivia y se restablecieron las fronteras y la paz en 1843.
Basadre escribió de Gamarra: Cuando pudo y tenía las fuerzas para anexar Bolivia al Perú, en 1828, no quiso hacerlo. Cuando quiso hacerlo, en 1841, no tenía las fuerzas y pagó con su vida. En Lima, la muerte de Gamarra y la invasión del sur peruano causó conmoción y fueron fusilados una veintena de oficiales y soldados, a los que se acusó de traición en la batalla de Ingavi.
OTRA VEZ BOLIVIA
Bolivia volvería a cruzarse en la historia peruana en 1879, pero esta vez en dimensiones catastróficas porque arrastraría al Perú en una guerra con Chile, un conflicto que el Perú nunca buscó y, en cambio, trató de evitar mediante una mediación encargada al diplomático José Antonio de Lavalle, pero ya la jerarquía chilena estaba embarcada en una guerra de conquista contra Bolivia y la extendió a nuestro país.
El historiador chileno Sergio Villalobos, en su libro Perú-Chile, la historia que nos une y nos separa, señala que Chile, en 1878, no tenía ánimos belicistas contra el Perú ni Bolivia, e indica que incluso ese año el ejército de tierra fue desmovilizado en parte. Sin embargo, Chile sí tenía una enorme ventaja estratégica sobre Perú y Bolivia en cuanto al dominio del mar, gracias a los poderosos blindados Blanco Encalada y Cochrane, reforzada con tres corbetas y una flota de carga.
Solo uno de los blindados, tenía más del doble de tonelaje que el monitor Huáscar, además de estar armados con cañones de retrocarga, mientras que el poderoso cañón de la nave peruana era de avancarga (se le ponía la bala por la boca), y para rotar en busca del blanco era movido por la fuerza de los marineros. Otra ventaja fundamental de los blindados chilenos era su doble hélice, que les daba velocidad y movimiento durante el combate.
Bolivia, que propició el conflicto desde 1878 por su política de imponer nuevos tributos y confiscar a las empresas extranjeras que explotaban el salitre de Antofagasta, entró a la guerra con tres barquitos inútiles y sus fuerzas de tierra eran ínfimas, tanto que su máximo héroe de la contienda, Eduardo Abaroa, era comerciante y empresario, reconocido como coronel años después de su muerte. Sin embargo, Bolivia solicitó y exigió al Perú cumplir el Tratado Secreto de Defensa suscrito en 1873, bajo el gobierno de Manuel Pardo.

La existencia de este tratado, que era secreto solo en el nombre porque se conocía en todas las cancillerías de América del Sur, fue el motivo que usó Chile para no aceptar la mediación diplomática del Perú y, en cambio, por ser aliado de Bolivia, le declaró la guerra el 5 de abril de 1879, cuando el país estaba casi en bancarrota y dividido por la lucha facciosa por el poder.

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