martes, 29 de noviembre de 2016

LA GRANDEZA DEL EJEMPLO
Jacinto Luis Cerna Cabrera

Apreciados amigos:
Les expreso mi cordial saludo, precisamente ─como diría Vallejo─ “… en esta hora fría, en que la tierra / trasciende a polvo humano y es tan triste, /…” Hoy, ciertamente, cuando, hace unas horas ─veintidós horas y veintinueve minutos del 25 de noviembre de 2016─, acaba de viajar al infinito el hombre más generoso, más sabio, más demócrata, más desapegado, y más humano del mundo. Se trata del prohombre latinoamericano y mundial que, por más detractores que haya tenido, o tenga aún, jamás podrán hacerle mella, porque la Verdad de Fidel es como el mármol, tal como diría J. M. Vargas Vila: “La verdad es serena, como el mármol, / la lengua de la sierpe no es cincel: lame, no talla; / su mordedura es caricia para el mármol formidable;… Por eso, con mucho acierto, el poeta británico George Galloway le dijo a Fidel que era el león de América y que dejara que los monos chillen en los árboles, y que continuara su paso tranquilo. Fue cuando lo acusaron de ser uno de los magnates más grandes del mundo. El presidente cubano, en una conferencia de prensa, pulverizó a la revista Forbes. Dio autorización para que abran las cuentas de todos los bancos de Cuba y el resto del mundo. No le encontraron ni un solo dólar. Jamás una revista quedó más ridícula.
Como dice el poeta Luis Llorens Torres, cuando se refiere a Bolívar: “Político, militar, héroe, orador y poeta. / Y en todo grande. Como las tierras libertadas por él, / que no nació hijo de patria alguna / sino que muchas patrias nacieron hijas de él.” Las mismas expresiones calificativas le cuadran muy bien a Fidel. Tal vez, la única diferencia resida en que, con las armas en la mano, libertó a una república (Cuba); pero, “con las armas del juicio” ─como diría José Martí─ coadyuvó a la liberación de muchas otras repúblicas dignas de la tierra. En este punto superó con creces al propio libertador de cinco repúblicas. Lo prueban la elevada educación y la encomiable salud cubanas que supo exportar a varios países latinoamericanos y del mundo, hasta al propio EE.UU. Incluso, en su propia tierra, en Cuba, pudo educar y profesionalizar, de manera sostenida, a más de veintidós mil jóvenes becados de todo el mundo, con todos sus gastos cubiertos: alimentación, vivienda, salud, pasajes locales, libros, derechos de enseñanza, y, además cien pesos convertibles como propina mensual. Hasta en los rincones más alejados del Perú podrían dar fe muchos de nuestros jóvenes que ahora ya son médicos graduados en Cuba; sino que en este país se preparan médicos de mochila y borceguís para revenir enfermedades; mientras que en los países como el Perú se preparan médicos para curar a enfermos cuando ya casi está rematados, y a ello se agrega la incompetencia y falta de amor a la Humanidad. Hasta jóvenes norteamericanos son muchos de los beneficiarios. Y a pesar de todo ello, siempre se le pagó con la crítica negativa, desprestigiante, y con el ignominioso bloqueo por más de cincuenta años. Esto solo ocurre en la fábula, con aquel hombre que se aproxima a darle el pienso a la mula, y esta, a cambio, le da una cruel coz.
Lo más grandioso del egregio líder y héroe cubano reside en que jamás fue a otro pueblo, a otro país, a quitarles su libertad, a bonbardearlos, aniquilarlos, o a sustraerles sus recursos naturales, porque sabía con José Martí que: “Los que pelean por la ambición, por hacer esclavos a otros pueblos, por tener más mando, por quitarle a otro pueblo sus tierras, no son héroes, sino criminales.” Eso lo sabía perfectamente Fidel. Martí siempre fue su libro de cabecera.
Por estas y otras razones, que sería largo enumerarlas, todos los pueblos del mundo, los proletarios, obreros, maestros, campesinos, guajiros, mujiks, campusanos, o indígenas, en general, nos hallamos muy compungidos por la pérdida física del pensador, ideólogo, político, militar, héroe, orador y poeta más valioso que haya tenido el planeta. Ha partido un hombre lleno de gloria, de nobles anhelos de justicia, paz y libertad, y dueño de una gigantesca fortuna, la de su imperecedero ejemplo para el mundo racional y humano. “¡Hasta la victoria, siempre!”
Atentamente,

J. L. Cerna Cabrera

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