Por: Rolando Breña
Daniel Urresti está escalando aceleradamente las cumbres de lo
lumpenesco. No es que nos agrade escribir sobre él. Lamentablemente el Ministro
se gana cada día, a pulso, una bien delineada imagen de matonería, que raya
también en lo ridículo.
Para demostrar su “lucha” contra el terrorismo se le ocurrió irrumpir
con su contingente de seguridad y las cámaras de televisión, en un restaurante
que exhibía pinturas de presos de Sendero Luminoso, organizado por el MOVADEF y
los familiares.
Al margen de lo absurdamente discutible de la idea “urrestina” que esa
exposición constituía delito de apología del terrorismo, lo que debe llamarnos
la atención es la actitud del ministro, darse la potestad de invadir cualquier
propiedad pública o privada en el momento en el que su precario entendimiento y
su conducta de matón de barrio lo decidan.
¿y cuál fue el “contenido” de esta confrontación contra Sendero
Luminoso? Un desaforado y violento intercambio de adjetivos e insultos a todo
volumen entre Daniel Urresti y Manuel Fajardo, dirigente del MOVADEF y abogado
de Abimael Guzmán.
¿Qué logró este “guerrero anti terrorista” en esta su batalla personal?
Nada. O mejor, bastante. Pero no precisamente a favor suyo. Logró lo contrario
de lo que pretendía. Dio a conocer a niveles internacionales una exposición de
pintura de senderistas presos que pasaba casi clandestinamente. Mostró una faz
intolerante, arbitraria, agresiva, dictatorial y de ignorancia como
representación del gobierno humalista. Dio oportunidad a SL y al MOVADEF para aparecer
en las primeras planas de la prensa, es decir, el ministro se convirtió en su
mejor propagandista. Alimentó la tesis que el ministro continua con su “cacería
de brujas” sino que desliza hacia la represión de las ideas y del arte.
Sin embargo, el ministro imagina que su acto es algo así como una
epopeya. Se atreve a apelar al futuro para glorificar su huachafería y su
prepotencia, llamando a los jóvenes a participar de lo que hizo. En el climax
de su autoexaltación proclama que “este día quede como un día histórico” en que
un ministro se enfrenta al terrorismo. Algún piadoso debería hacer con él un
acto de caridad y procurar que entienda las barbaridades que comete, que nos
obliga a soportar y que se recordarán, si se recuerdan, como un mal y bochornoso
momento.
En el transcurso de la trifulca promovida por Daniel Urresti, se produce
también un incidente que debemos tomar en cuenta, para apreciar mejor la
conducta ministerial. Estamos seguros que su guardia personal se dio cuenta del
desastroso “pico a pico” con Manuel Fajardo, para remediarlo de alguna manera
se interpuso entre ambos. ¿Pero qué hizo el ministro? Empujo a su personal y
grito “déjenme carajo, yo sé lo que hago”. Ese es el ministro, qué les parece.
Hizo algo más. Tomó, en medio de su guerra verbal, del brazo provocadoramente a
Manuel Fajardo. ¿qué podría haber sucedido si estos hechos se hubieran
violentado entre los miembros del MOVADEF y la seguridad ministerial,
desbordando la simple confrontación salival?
No es la primera ocasión en la que el ministro realiza irrupciones
provocadoras. Hay que recordar su presencia inusitada, también con seguridad y
cámaras, en la marcha juvenil contra el nuevo régimen laboral. Pregunta
obligada: ¿si algún manifestante enardecido o ganado por la ira o algún
infiltrado agredía físicamente al ministro, qué consecuencias estaríamos
lamentando ahora? ¿o es que conscientemente, se buscó producir tal reacción
para desacreditar el reclamo de los jóvenes, atribuirlo a extremistas o
comunistas, así facilitar y justificar la represión e imponer la aplicación de
la ley.
Como un digno final de estos hechos (digno es simplemente un decir), al
constatar las críticas de las que es objeto, particularmente los reclamos de
militantes y dirigentes del MOVADEF, el ministro de forma desafiante retó a
todo el mundo: “que me demanden, que me denuncien”. Pueden interpretarse estas
expresiones como” yo hago lo que quiero y nadie me diga nada”. Es una indudable
manera de sentirse impune y encogerse de hombros despectivamente desde las
alturas de su importante cargo público. Es el sentido abusivo del poder. Es el
sentido arbitrario de la autoridad.
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