jueves, 5 de febrero de 2015

Diálogo: necesidad y demagogia
Por: Rolando Breña

El diálogo, sobre el que hemos escrito en más de una oportunidad, debe ser siempre un instrumento fundamental y permanente en el ejercicio de la política, al margen de si se alcanzan o no los resultados buscados. Es una necesidad, más perentoria para quienes ejercen las responsabilidades de gobierno.

Hoy, al lado de lo que algunos denominan “ruido político” y los escándalos e investigaciones sobre corrupción y lavado de activos, entre otros ilícitos, circula como una pelota pateada por todos, en todas las direcciones y con distintos objetivos, el asunto del diálogo.

Días atrás, las agrupaciones políticas parlamentarias llamaron al gobierno, en carta pública, a entablar inmediato diálogo. No se especifican condiciones, métodos, protagonistas, agenda ni objetivos. Por su lado, motu propio o a nombre del gobierno, no se sabe aún, la Presidenta del Consejo de Ministros también convocó a diálogo, igualmente sin mayores especificaciones.

Contradictoriamente, ambos llamados en el lugar de un encuentro común y coincidencia de actitudes, ha provocado mayores desencuentros y confrontaciones que añaden leña a la pira en la que se van quemando el gobierno y en nacionalismo, aparentemente con la indiferencia y hasta la complacencia de la “oposición” parlamentaria, que esperaría que el régimen termine en cenizas para convertirse en la alternativa electoral del 2016. La desconfianza mutua es el lugar común que invade no solo los llamados al diálogo, sino toda conducta de la llamada “clase política”, así como al gobierno y los operadores de distinto jaez.               

El gobierno nunca tuvo el diálogo como una de sus opciones cotidianas de su ejercicio de poder. Al contrario, como lo constata su historial, fueron la imposición y el autoritarismo el pan de todos los días. Cuando alguna vez se le ocurrió de hablar de dialogo fue en momentos casi extremos de dificultad. Lo hizo como forma de calmar las turbulencia políticas y superar problemas, antes que como forma de entendimiento o resolución de problemas, como una manera de echar un poco de agua a los incendios o para encontrar aliados o comprometerlos para ayudarles a sacar las castañas del fuego. Las circunstancias que vivimos retratan fielmente lo que decimos. Entonces, es justificable que la desconfianza prospere.

Tampoco la oposición parlamentaria es inocente. Ella procura aumentar la potencia de los oleajes políticos, con reales motivos o no, para arrinconar al gobierno ya de por sí débil y en constante aislamiento, procurando su propio fortalecimiento ampliando sus espacios en las instituciones de poder y de gobierno. También, entonces, su llamado al diálogo obedece a sus propias estrategias de acumulación electoral más que a la solución de los problemas del país o, como les gusta decir, salvar la gobernabilidad. Busca superar la crisis tentando siempre dividendos políticos. Esto es tan cierto que, casi inmediatamente después que solicitaran dialogo y Ana Jara también lo llamara, cada grupo firmante empezó a plantear sus propias condiciones y exigencias para su asistencia. Unos piden la renuncia de la Presidenta del Gabinete, otros la salida de algunos ministros, la implicación del Presidente de la República, la cesación de los ataques e insultos de ciertos ministros, la terminación de los reglajes, etc. Es decir, todos claman por el dialogo pero cada cual desea pescar algo para su propia canasta. Quedan así desacreditados sus pretendidos contenidos de sinceridad y buenos propósitos.

La Presidenta del Consejo de Ministros ha ampliado su llamado explícitamente a “todas las fuerzas organizadas de la sociedad, movimientos regionales, gremios y sindicatos”, pues “todos tenemos una voz que debe ser escuchada”.

Las palabras de Ana Jara son encomiables. Todos debemos ser escuchados en un país donde escuchar es casi una rareza, donde el diálogo es casi siempre monólogo, donde cada cual tiene siempre un “cañoncito de castilla”. Cuando escuchamos a “la clase política” convocar frenéticamente al diálogo tenemos que poner atención a los “presentes griegos”.

Nos parece bien que el diálogo no se ahogue en los cubículos de los liderazgos políticos, que tienen ya los perfiles agotados, irrepresentativos, burocratizados, preñados electoralismo. Sin embargo preguntémonos cómo y cuáles serán los mecanismos y las agendas. ¿Será la convocatoria una decisión política del gobierno, una decisión personal o un improntus producto de las circunstancias?. Pues se desconocen hasta hoy sus formas, contenidos e intervinientes. Falta, además, la declarada voluntad dialogante de la Presidencia de la República.

El que se pretenda involucrar a la sociedad entera, con su aparente signo democrático puede devenir (parece que así habrá de suceder) en la historia de un fiasco anunciado… o propiciado.


Lo que queda más o menos claro es la extrema debilidad de régimen, que aunque logre superar este momento, aumentara su soledad política y estará más susceptible al vaivén que impongan los sectores neoliberales y confrontados con la población y sus exigencias.    

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