Diálogo: necesidad y demagogia
Por: Rolando Breña
El diálogo, sobre el que hemos escrito en más de
una oportunidad, debe ser siempre un instrumento fundamental y permanente en el
ejercicio de la política, al margen de si se alcanzan o no los resultados
buscados. Es una necesidad, más perentoria para quienes ejercen las
responsabilidades de gobierno.
Hoy, al lado de lo que algunos denominan “ruido
político” y los escándalos e investigaciones sobre corrupción y lavado de
activos, entre otros ilícitos, circula como una pelota pateada por todos, en
todas las direcciones y con distintos objetivos, el asunto del diálogo.
Días atrás, las agrupaciones políticas
parlamentarias llamaron al gobierno, en carta pública, a entablar inmediato
diálogo. No se especifican condiciones, métodos, protagonistas, agenda ni objetivos.
Por su lado, motu propio o a nombre del gobierno, no se sabe aún, la Presidenta
del Consejo de Ministros también convocó a diálogo, igualmente sin mayores
especificaciones.
Contradictoriamente, ambos llamados en el lugar de
un encuentro común y coincidencia de actitudes, ha provocado mayores
desencuentros y confrontaciones que añaden leña a la pira en la que se van
quemando el gobierno y en nacionalismo, aparentemente con la indiferencia y
hasta la complacencia de la “oposición” parlamentaria, que esperaría que el
régimen termine en cenizas para convertirse en la alternativa electoral del
2016. La desconfianza mutua es el lugar común que invade no solo los llamados
al diálogo, sino toda conducta de la llamada “clase política”, así como al
gobierno y los operadores de distinto
jaez.
El gobierno nunca tuvo el diálogo como una de sus
opciones cotidianas de su ejercicio de poder. Al contrario, como lo constata su
historial, fueron la imposición y el autoritarismo el pan de todos los días.
Cuando alguna vez se le ocurrió de hablar de dialogo fue en momentos casi
extremos de dificultad. Lo hizo como forma de calmar las turbulencia políticas
y superar problemas, antes que como forma de entendimiento o resolución de
problemas, como una manera de echar un poco de agua a los incendios o para
encontrar aliados o comprometerlos para ayudarles a sacar las castañas del
fuego. Las circunstancias que vivimos retratan fielmente lo que decimos.
Entonces, es justificable que la desconfianza prospere.
Tampoco la oposición parlamentaria es inocente.
Ella procura aumentar la potencia de los oleajes políticos, con reales motivos
o no, para arrinconar al gobierno ya de por sí débil y en constante
aislamiento, procurando su propio fortalecimiento ampliando sus espacios en las
instituciones de poder y de gobierno. También, entonces, su llamado al diálogo
obedece a sus propias estrategias de acumulación electoral más que a la
solución de los problemas del país o, como les gusta decir, salvar la
gobernabilidad. Busca superar la crisis tentando siempre dividendos políticos.
Esto es tan cierto que, casi inmediatamente después que solicitaran dialogo y
Ana Jara también lo llamara, cada grupo firmante empezó a plantear sus propias
condiciones y exigencias para su asistencia. Unos piden la renuncia de la
Presidenta del Gabinete, otros la salida de algunos ministros, la implicación
del Presidente de la República, la cesación de los ataques e insultos de
ciertos ministros, la terminación de los reglajes, etc. Es decir, todos claman
por el dialogo pero cada cual desea pescar algo para su propia canasta. Quedan
así desacreditados sus pretendidos contenidos de sinceridad y buenos
propósitos.
La Presidenta del Consejo de Ministros ha ampliado
su llamado explícitamente a “todas las fuerzas organizadas de la sociedad,
movimientos regionales, gremios y sindicatos”, pues “todos tenemos una voz que
debe ser escuchada”.
Las palabras de Ana Jara son encomiables. Todos
debemos ser escuchados en un país donde escuchar es casi una rareza, donde el
diálogo es casi siempre monólogo, donde cada cual tiene siempre un “cañoncito
de castilla”. Cuando escuchamos a “la clase política” convocar frenéticamente
al diálogo tenemos que poner atención a los “presentes griegos”.
Nos parece bien que el diálogo no se ahogue en los
cubículos de los liderazgos políticos, que tienen ya los perfiles agotados,
irrepresentativos, burocratizados, preñados electoralismo. Sin embargo
preguntémonos cómo y cuáles serán los mecanismos y las agendas. ¿Será la convocatoria
una decisión política del gobierno, una decisión personal o un improntus
producto de las circunstancias?. Pues se desconocen hasta hoy sus formas,
contenidos e intervinientes. Falta, además, la declarada voluntad dialogante de
la Presidencia de la República.
El que se pretenda involucrar a la sociedad entera,
con su aparente signo democrático puede devenir (parece que así habrá de
suceder) en la historia de un fiasco anunciado… o propiciado.
Lo que queda más o menos claro es la extrema debilidad
de régimen, que aunque logre superar este momento, aumentara su soledad
política y estará más susceptible al vaivén que impongan los sectores
neoliberales y confrontados con la población y sus exigencias.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario