DE CONFRONTACIONES Y DEFENSAS
Por: Rolando Breña
El Presidente Ollanta Humala lanzó en su mensaje
presidencial del último 28 de Julio, un llamado a dejar la confrontación en
aras de la gobernabilidad y el desarrollo del País.
Los acontecimientos posteriores no dejan la idea
que el llamado solo concierne a los opositores y críticos del gobierno. Que
solamente éstos y el movimiento social contestatario son quienes incurren en la
confrontación y solo ellos deben parar. Pero sucede que la mayor violencia
verbal, los anatemas, insultos y las descalificaciones más virulentas tienen su
origen en los previos nacionalistas y los funcionarios públicos del gobierno
central. Nos quieren hacer creer que la confrontación es sinónimo de oposición,
por lo tanto somos los opositores los únicos que confrontan al manifestar sus
desacuerdos o reclamos; en consecuencia, Humala y su llamado lo que pretenden
es acallar las críticas con el pretexto de la gobernabilidad. Además, desde su
mensaje es fácil constatar que es el oficialismo el que ha contribuido de la
peor manera a elevar la temperatura política desde las cúpulas del Palacio de
Gobierno, los espacios parlamentarios y Ministeriales, por supuesto, con la
serie de inconductas, y regularidades e ilegalidades que investigan o se
procesan en el Congreso o el Poder Judicial.
Pero ¿Acaso la confrontación ideológica, política o
social no es inherente a un Estado democrático? La confrontación y la polémica
sobre principios, programas o políticas, por lo mismo, es legítima y necesaria.
Entendida así, es normal que se ponga entredicho un gobierno y sea objeto de
escrutinio público, lejos de ser temido debe ser propiciado y promovido, pues
fortalece y desarrolla las convicciones democráticas, pone a prueba la
fortaleza y la viabilidad de las instituciones y se forjan mejor los elementos
para una conciencia nacional y ciudadana. La ausencia de esta confrontación
añade ingredientes a la violencia. Una sociedad en la que nadie discute, ni
escucha, ni dialoga, es candidata permanente a la anarquía social, a la
violencia, a los autoritarismos y dictaduras.
Debe preocuparnos lo que sucede ahora en el Perú,
no por las confrontaciones políticas (que no existen) sino por los
enfrentamientos políticos en los que se dan cita solo adjetivos e insultos.
El gobierno se siente acorralado y agredido y hace
uso de una política defensista que enfrenta a casi toda la institucionalidad. Y
lo hace de manera autoritaria, con lenguaje cada vez más violento. Toda crítica
es tomada como ataque, toda observación es casi una afrenta, toda alusión a
posibles incompetencias o irregularidades es casi un insulto, cualquier
investigación es sinónimo de conspiración o desestabilización. Toman cuerpo las
tendencias de victimización y paranoia. Se utilizan todas las tribunas públicas
para ensayar defensas y desautorizaciones. No hay espacio posible a la
autocritica o a la reflexión serena. La exaltación oratoria y el desborde
descalificatorio se han convertido en lo cotidiano.
Es razonable que quienes se sientes agredidos
puedan defenderse. Es el mismo derecho para cualquier ciudadano. Pero las
formas, los métodos, son más exigibles a quienes detentan las más altas
responsabilidades. Puede justificarse alguna reacción impropia o exagerada en
ciudadanos comunes y corrientes, pero no en quienes ejercen las más altas
funciones de gobierno. Menos se pueden aceptar interferencias o amenazas que
pongan en peligro la autonomía de funcionarios e instituciones.
Precisamente, estos últimos días hemos sido testigos
de un desborde peligroso en el trato al Ministerio Público. El Presidente de la
República en discursos públicos y declaraciones, al referirse a las
investigaciones sobre presuntas irregularidades en el acopio de fondos para su
campaña electoral y en las que se implicaría Nadine Heredia, utilizó frases más
que ofensivas. Expresó que las investigaciones eran una “salvajada”, “un
mamarracho”. Al referirse concretamente al Fiscal encargado lo llamó
“mentiroso” y “loco”. Reiteramos, cualquiera puede sentirse indignado por actos
considerados injustos o abusivos. Pueden ser justificadas protestas y reclamos.
Pero un Presidente de la República tiene la obligación de conservar
ecuanimidad, serenidad y medir bien sus reacciones. Aun considere errada o
injusta una investigación, debe ser el primero en respetar las instituciones
del País y sus decisiones
No hay comentarios.:
Publicar un comentario