Maricones
Por: Rolando Breña
Maricón. Ni más ni menos, esa fue la palabra que usó Monseñor Luis
Bambarén al referirse a Carlos Bruce, criticando el Proyecto de Ley sobre la
llamada Unión Civil, impulsada por el congresista que, como se sabe, busca la
legalización de las relaciones no heterosexuales que, dicho sea de paso, no
pasó las horcas caudinas de la Comisión de Constitución y fue archivada por
seis votos contra cuatro, con la beata abstención de dos parlamentarios.
Con toda seguridad, se le fue la boca a nuestro respetado Obispo Emérito.
Se le “chispoteó”. Es absolutamente normal que defienda con toda su conocida
fuerza y su sapiencia sacerdotal las posiciones de la Iglesia Católica en este
asunto, pero aparentemente, lo derrotó la pasión y el ardor de la polémica y
sobrepasó los límites de la prudencia y las buenas maneras, a las que siempre
nos tuvo acostumbrados, no exentos en más de una ocasión de la energía y la
firmeza que puso en sus actos y palabras.
El “Obispo de los pueblos jóvenes” llamado así por su preocupación y
labor en los conocidos hasta hace poco como Asentamientos Humanos, tuvo siempre
solidaridad con los sectores marginados y sus justos reclamos así como sus
movilizaciones. Cuántas veces ofició de intermediario en conflictos sociales y
sindicales, propició y participó en diálogos y negociaciones para encontrar
soluciones a huelgas, paros, manifestaciones y otras formas de lucha. Somos
testigos de primera mano, pues también alguna vez fuimos a solicitar su
intermediación. Son conocidas sus posiciones y pensamientos que lo enfrentan de
alguna manera a los sectores más recalcitrantes y conservadores de la jerarquía
católica nacional.
Su labor pastoral por los pobres le ocasionó la persecución y la
represión de los gobiernos. Recordamos muy bien la que sufrió a manos del
Ministro del Interior del gobierno militar presidido por el general Juan
Velasco Alvarado, Armando Artola Ascárate quien incluso ordenó su detención.
Por ello nos sorprende enormemente que cuando un sector de peruanos
pugna por el reconocimiento legal de algunos derechos, Monseñor Bambarén
pudiera haber reaccionado de la peor manera. Felizmente no avanzó hasta los
esperpénticos “argumentos” de otro conocido prelado “de cuyo nombre no queremos
acordarnos” (robando y acomodando la frase cervantina) que trata a los
heterosexuales como no hijos de Dios, de fallas de la naturaleza o enfermos y
condenados al infierno.
Es verdad que el Monseñor ha tratado de explicar sus palabras y
pide “perdón si estas personas se han sentido ofendidas”; que también
“reza por ellas”. Pero justifica sus expresiones precisando que “gay” es una
palabra extranjera que no debemos utilizar y que “en peruano” debemos usar el
término “maricón”, por lo tanto no habría en realidad ofensa sino la
utilización de un lenguaje apropiado.
Todo el mundo sabe, disculpe apreciado Monseñor, que la expresión
“maricón” tiene connotación de insulto. Que no solo quiere decir no
heterosexual o gay, sino tiene contenidos despreciativos, humillantes,
marginadores. Es una expresión de violencia verbal que se traduce en violencia
social y hasta física, además de sus sinónimos de cobardía y
pusilanimidad, entre otros.
No es pues una expresión aceptable, mucho menos solidaria, comprensiva,
ni respetuosa sobre un grupo humano y sus problemas, ni de su derecho a vivir
en una sociedad que los considere iguales al resto.
Quizá, en el fondo, la ofensa no es a quienes se dirige esta palabra,
sino la ofensa se la hizo a sí mismo el Monseñor. Pues, lamentablemente
para él, aparece como intolerante, a contracorriente de cómo lo conoció siempre
la feligresía católica popular y la opinión pública; además de proporcionar a
los fanáticos y fundamentalistas del catolicismo y otras iglesias y sectas
cristianas, mayores espacios para sus prédicas intolerantes, segregacionistas y
oscurantistas. Estamos seguros que en los más de tres millones de no
heterosexuales hay muy buenos católicos y de otras confesiones, que no le echan
la culpa a su Dios de su condición homosexual ni a la naturaleza por dotarlo de
esas características; tan solo exigen a las otras personas que se consideran
los únicos “normales”, que los reconozcan también como lo que son, seres
humanos y por lo tanto con los mismos derechos. Buscan solamente dar
reconocimiento y tratamiento legal a la realidad. No necesitan de leyes para
asumir y vivir sus vidas, solo la necesitan para
interactuar libremente con los demás y formar parte en igualdad de condiciones
con los otros miembros de la comunidad. Nada más y nada menos.
Monseñor Luis Bambarén dice que rezará por ellos. Nos parece muy bien.
Sería mejor si rezara también porque puedan disfrutar de iguales derechos.
Además, no estaría demás que sus rezos comprendieran a los que proclamándose
seguidores de Cristo ven a los otros humanos no como sus semejantes sino casi como
animales. Estos necesitan más rezos, rogativas, plegarias, misas, rosarios,
indulgencias y también de penitencias.
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