EL ASUNTO DE LA NO REELECCIÓN
Por: Rolando Breña
El Congreso de la República acaba de aprobar una
reforma constitucional que prohíbe la reelección en los gobiernos regionales y
locales, con una fanfarria y presencia mediáticas que parece que se hubiera
producido una revolución o la medida significara algo realmente trascendente en
la vida nacional, como parte de un paquete de reformas en la que aparecen el
financiamiento público de los partidos, sanciones al “transfuguismo político”
con la denominada “silla vacía”, el voto preferencial, entre otras.
No está mal que nuestros Congresistas empiecen a
ocuparse de algunos problemas que reclaman urgente legislación. Pero sería
mejor que fueran más importantes y más urgentes. Por ejemplo, la
descentralización, los problemas del agro, las políticas de inversión y el
medio ambiente, la diversificación productiva e industrial, una adecuada
reforma tributaria, reformulación de la Ley de Consulta Previa con la
participación democrática y determinante de las comunidades nativas, la
corrupción, la omnipresencia de un mercado dictatorial y prepotente, etc.
Los argumentos centrales que se hallan a la base de
esta reforma, tienen que ver con la lucha contra la corrupción, según sus
portaestandartes.
El gobierno y el Congreso desbordados por la
corrupción, no atinan a encontrar los medios para combatirla. No existe
capacidad para formular políticas nacionales, los organismos correspondientes
prácticamente son inexistentes y, lo que es más grave, no hay voluntad política
para enfrentarla, tanto más que el propio partido gobernante y sus más altos
funcionarios públicos son objeto de investigación y procesos judiciales. Esta
incapacidad, la falta de voluntad política y sus enredos son los que los
empujan a encontrar pretendidos remedios infalibles a cualquier costo y de
cualquier manera. Es evidente que recorre el país un profundo descontento por
manejos poco transparentes en algunos gobiernos regionales y locales; de allí a
pensar que prohibiendo la reelección se da un golpe casi final a la corrupción,
es por lo menos, una ilusión; o, probablemente, un acto demagógico que busca
contentar en parte a la ciudadanía, desviar la atención pública sobre otros
problemas o simplemente son palos de ciego a ver si encuentran bulto.
Es simplismo equiparar necesariamente reelección
con corrupción. Ella puede presentarse desde el primer día de la toma de mando
o no presentarse nunca hasta el final de la función pública. La corrupción y
los corruptos no esperan la reelección para hacer su aparición y su eliminación
no acarrea automáticamente su desaparición como nos pretenden convencer.
La no reelección es una lesión al derecho ciudadano
a elegir al que crea conveniente y al derecho de los partidos de volver a
postular militantes que han demostrado capacidad, inteligencia honestidad,
eficacia en la gestión pública, privándolos de seguir fogueando sus cuadros
para responsabilidades mayores, y a la comunidad de gobernantes exitosos.
Significa también el rompimiento de la cadena de acumulación de experiencias en
el manejo público, por lo tanto la imposibilidad de realizar evaluaciones
suficientemente serias y en plazos prudentes. Lo sucedido en los últimos
tiempos debería ser aleccionador. Hemos sufrido avalanchas de improvisación, de
mediocridad, de incompetencia, de irresponsabilidad, que sí son caldo de
cultivo para malos manejos, corrupción, caos y desorden.
Si la no reelección fuera el antídoto contra la
corrupción, los países, particularmente las llamadas democracias occidentales
lo hubieran prohibido. Ella vive robusta, por ejemplo en USA, Francia, España,
Alemania, Brasil. No hay reelección Presidencial en México, pero obedece, como
sabemos, a un momento particular de su historia, que es la lucha contra el
“porfiriato” (la larga y corrupta dictadura de Porfirio Díaz), liderada por
Francisco Madero y su Partido Antireeleccionista con su famoso lema: “Sufragio
efectivo, no reelección”.
No se crea que estamos planteando una reelección
indefinida, podría ser suficiente una reelección inmediata. Además, se supone
que la democracia tiene suficientes fortalezas institucionales así como medios
e instrumentos no ya para impedir la corrupción, sino para prevenirla,
combatirla, sancionarla. Lo que sucede es que nuestra democracia nunca se
construyó como tal, siempre fue presa de instituciones, partidos, gobiernos y
élites mediocres, altamente susceptibles a la corrupción, ávidos de poder más
que la búsqueda del bienestar colectivo.
La pregunta fluye por sí sola. Si tanto les
preocupa la corrupción, si creen que la reelección es su causa casi única,
entonces debieron empezar por casa; es decir, lo primero que debieron hacer es
prohibir la reelección congresal. Pero claro, la cosa no es con ellos, aunque
innúmeros casos ruedan por entre sus predios.
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