Áncash,
un fujimontesinismo regional
Rosa María
Palacios
A medida en que se conocen cada vez más detalles de la red criminal que
operaba en Áncash, más paralelos se pueden establecer entre la corrupción
regional de este siglo y lo que fue una realidad política corrupta y
centralizada en los noventas.
El fujimontesinismo organizó su estrategia de perpetuación en el poder
a través del SIN: compra de medios, prensa chicha, operaciones psicosociales
de desprestigio a través del desvío de fondos públicos. En Áncash, Alvarez
montó la infame ‘Centralita’ en 4 locaciones distintas, comprando periodistas
y persiguiendo, hasta su muerte, a sus adversarios. Ahí, dicen las investigaciones
preliminares, se analizaban audios chuponeados y se diseñaban estrategias para
las campañas de Alvarez, con plata, obviamente, del Gobierno Regional. ¿De
dónde más?
El fujimontesinismo capturó el Poder Judicial y el Ministerio Público
armando redes de corrupción en su interior. Alvarez hizo lo mismo con
“convenios de cooperación” que no fueron más que prebendas encubiertas a cambio
de impunidad y persecución al enemigo. Construcción de locales, viajes “de
estudios” para jueces y –todavía en investigación– pagos mensuales.
El fujimontesinismo concentró todo el poder en el presidente de la
República, reduciendo las posibilidades de fiscalización de todos los llamados
a ejercerla. Álvarez concentró todo el poder en sí, ninguneando, persiguiendo
y asesinando a quienes señalaron sus actos de corrupción, incluyendo a su propio
vicepresidente. Y llegó a contar con dos congresistas, de dos partidos
distintos, para el apoyo político nacional.
El fujimontesinismo robó al Estado peruano millones de dólares en
compras estatales cuyo fruto –solo en parte– fue encontrado en las cuentas de
Montesinos en Suiza. No se sabe cuánto ha robado Álvarez pero las denuncias
por diezmos para conceder obras públicas a dedo a través de “procesos internacionales”,
sobrevaluaciones, proveedores que pasan de indigentes a millonarios, obras
fantasmas, se acumulan y van sumando millones. La misma Contraloría, que no
hizo su trabajo en tiempos de Fujimori, tampoco lo hizo en tiempo de Álvarez.
Asesinato, lavado de activos, peculado, cohecho, asociación ilícita
para delinquir. Un rosario de delitos en común que demuestra que el proceso a
Fujimori no curó al país de la espantosa enfermedad de la corrupción política.
Al contrario, solo se descentralizó el modelo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario