lunes, 10 de abril de 2017

Caserito, compre su partido.
Yehude Simon y la venta descarada de (lo que queda) de su agrupación política.

Konrad Adenauer decía que la política es demasiado importante como para dejarla en manos de los políticos. Y miren cómo han terminado nuestros partidos. Sin institucionalidad, solo cascarones en casonas viejas, descuidadas, con unos cuantos militantes apareciendo de vez en cuando. Por lo general, gente aburrida que va y se asoma por compromiso con algún amigo, en medio de conversatorios monocordes donde escuchamos a los políticos hablarnos de cómo (dicen) que quieren cambiar el Perú. Eso es lo que tenemos. Un sistema débil, desarticulado, caudillista, y sobre todo, a la venta.
Los partidos en el Perú no pueden estar peor. No representan a nadie, y los pocos que han sacado algunos votos significativos en las elecciones tienen estructuras jerárquicas, desvinculadas del ciudadano de a pie y han sido capturados por políticos oportunistas.
Algunos tan oportunistas, que han visto la posibilidad de ofrecer su partido político al mejor postor. Sí, así como si el partido fuera una lavadora, un televisor, que yo le puedo ofrecer a alguien para que tome en su mejor conveniencia. Esto es exactamente lo que ha hecho hace algunos días con el (dícese) Partido Humanista su líder, Yehude Simon Munaro.
“Dentro del centro izquierda hay muchas posibilidades que no tienen ligazón con la corrupción, las puertas están abiertas”, dijo Simon sobre el reciente acuerdo tomado por su colectivo (unipersonal, claro) que ha cedido la inscripción del Partido Humanista a un movimiento más amplio que incluye algunos otros también de izquierda (donde están, por ejemplo, Ciudadanos por el Cambio, Fuerza Social, Partido Comunista Peruano, Partido Comunista del Perú-Patria Roja, y Movimiento por el Socialismo), todos sin una inscripción vigente en el JNE.
En este caso, y como ha ocurrido en muchos otros por cierto, es evidente que un partido está utilizando una inscripción para sacarle la vuelta a la ley y darle vigencia a movimientos que en la práctica nunca hubieran tenido el respaldo ciudadano. ¿No se está traicionando la voluntad de los ciudadanos que firmaron para inscribir al Partido Humanista como organización política pero no a todos los demás grupos que ahora quiere incluir Yehude Simon? ¿No se está sacando la vuelta al ciudadano al ofrecerle un vientre de alquiler a un político que de otra manera jamás hubiera llegado a organizar una candidatura?
Simon, demás, en ocasiones anteriores ya le había “ofrecido” su inscripción a Verónika Mendoza, quien viene buscando registrar su propia organización. Así, como quien le ofrece un vientre de alquiler, “oye ven que aquí te soluciono tu problemita legal”. Y claro, como Simon no da puntada sin hilo, ha dicho que a él solo le interesa volver al gobierno regional de Lambayeque: “ósea, si me das eso, yo te regalo el partido”. ¿Hay que tener más dignidad para venderse así, no?
En un sistema jurídico como el nuestro (que tiene mucho de negativo, pero al fin y al cabo es nuestro sistema), donde los partidos deben ser instituciones democráticas, con ideales, con militancia activa y fomento de la formación y capacitación de las futuras generaciones políticas, la forma tan descarada en que Yehude Simon anda por los medios ofreciendo su partiducho al mejor postor es, sinceramente, nauseabunda. Los ciudadanos, y futuros electores, debemos tener presente esto para no votar por lo que sea que se asocie a ellos. Será un voto de protesta por pedir, aunque sea, un poquito más de institucionalidad, dignidad y respeto por nuestro sistema de partidos.
Por lo pronto, solo mi mayor solidaridad (y pena) a aquellos verdaderos humanistas, que creyeron en los ideales y principios que alguna vez pudo tener esta agrupación. Que dieron su firma para inscribirlo, y que luego, seguro, han visto cómo se utiliza para fines muy distintos. Para la conveniencia y oportunismo de su líder. Para mantener la vigencia de un caudillo que hace tiempo debió ser un cadáver político. Para sacarle la vuelta a la ley y para buscar revivir y dar cabida electoral a movimientos que de otra forma no la tendrían. La máxima expresión de lo nefasto del hecho que la ley no sancione los vientres de alquiler de forma efectiva. O que en el fondo la ley no sancione nunca ninguno de los atropellos que se cometen en los partidos.

Urge una reforma de verdad a nuestro sistema. Una reforma de incentivos. Pero es poco probable que esto venga del Congreso: el gato no puede actuar de despensero, así como no se puede pedir a los políticos que reformen sus propios vicios. Es la gente, es la calle, la que debe pelear por un cambio.

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