SON LA MISMA COSA
César Hildebrandt
Hay quienes piensan que Keiko y
Kenji son dos opciones diferentes. Un ilustrado columnista hasta ha llegado a
decir que habría “un fujimorismo de izquierdas”. Qué ingenuidad.
Alberto Fujimori fue bifronte de nacimiento y un ambiguo rapaz de la política. Se presentó como de izquierda para impedir que el Perú cayera en manos de la derecha insensible que despediría a un ejército de empleados públicos y subiría los precios hasta su brutal sinceramiento. Hizo exactamente eso y mucho más. En el mucho más incluyó la edificación de un régimen que infectó al país con una bacteria invencible y que supuso, como todos sabemos, el cierre del Congreso y la concentración del poder como no se había visto ni siquiera en el virreinato.
Keiko y Kenji no son diferentes. Lo que pasa es que el fujimorismo, ante dos derrotas consecutivas y mal deglutidas, aspira a unas primarias populares que habrán de dirimir cuál de los dos hermanitos representa electoralmente la herencia del exjefe del grupo Colina.
Si Kenji sigue en camino ascendente, podrá disputarle a Keiko la franquicia de sangre que aparentan disputarse desde orillas rivales. Pelea menor y anecdótica puede haber, pero diferencias sustanciales, ninguna.
El fujimorismo fue el rey de las máscaras, el sumo pontífice del camuflaje y el cinismo. ¿Ya no recuerdan a Alberto Fujimori diciendo que todo lo hacía por los pobres? ¿Ya no lo recuerdan visitando “El Comercio” después del golpe de Estado y el establecimiento provisorio de la censura? ¿Ya no lo recuerdan yendo a Cuba a negociar con Fidel Castro la liberación de los rehenes mientras esperaba que se terminara el túnel a través del cual los comandos liquidarían a los emerretistas según el plan trazado? ¿Ya no lo recuerdan siendo bombardeado falsamente en la cercanía de la Cueva de los Tayos, lugar donde no había llegado en aquella guerra que perdimos? ¿Ya no lo recuerdan gritando ¡Soy Inocente!?
Keiko y Kenji simulan pelearse pero ambos son hijos de Alberto, anverso y reverso, cara y sello, uña y mugre. Ahora han creado esa variante distractiva que se llama Kenji y que se hace la liberal (del mismo modo que Keiko se hizo la liberal en Harvard). Pero eso es como la Inca Kola Zero: sabe a jarabe de caramelo tanto como la otra. Y si Kenji desplazara a Keiko y ganara las elecciones y llegara al poder, repetiría la faena de su padre: palo a las leyes, lentejas a los damnificados, asistencialismo presencial y venta de lo que nos queda por vender. ¿Qué mejor homenaje podría hacerle Kenji a su padre que duplicarlo? ¿O ustedes se imaginan al amo de Puñete haciendo un gobierno limpio y democrático que nos hiciera recordar las miserias dictatoriales de su adorado progenitor? Never.
La pregunta de Zavalita, esa que hace poco retomó con tan poca fortuna “El Comercio”, ya tiene respuesta: el Perú se jodió cuando las columnas políticas del año 2017 continuaban refiriéndose a la familia Fujimori como una instancia protagónica de la política.
Jodidos estamos.
Alberto Fujimori fue bifronte de nacimiento y un ambiguo rapaz de la política. Se presentó como de izquierda para impedir que el Perú cayera en manos de la derecha insensible que despediría a un ejército de empleados públicos y subiría los precios hasta su brutal sinceramiento. Hizo exactamente eso y mucho más. En el mucho más incluyó la edificación de un régimen que infectó al país con una bacteria invencible y que supuso, como todos sabemos, el cierre del Congreso y la concentración del poder como no se había visto ni siquiera en el virreinato.
Keiko y Kenji no son diferentes. Lo que pasa es que el fujimorismo, ante dos derrotas consecutivas y mal deglutidas, aspira a unas primarias populares que habrán de dirimir cuál de los dos hermanitos representa electoralmente la herencia del exjefe del grupo Colina.
Si Kenji sigue en camino ascendente, podrá disputarle a Keiko la franquicia de sangre que aparentan disputarse desde orillas rivales. Pelea menor y anecdótica puede haber, pero diferencias sustanciales, ninguna.
El fujimorismo fue el rey de las máscaras, el sumo pontífice del camuflaje y el cinismo. ¿Ya no recuerdan a Alberto Fujimori diciendo que todo lo hacía por los pobres? ¿Ya no lo recuerdan visitando “El Comercio” después del golpe de Estado y el establecimiento provisorio de la censura? ¿Ya no lo recuerdan yendo a Cuba a negociar con Fidel Castro la liberación de los rehenes mientras esperaba que se terminara el túnel a través del cual los comandos liquidarían a los emerretistas según el plan trazado? ¿Ya no lo recuerdan siendo bombardeado falsamente en la cercanía de la Cueva de los Tayos, lugar donde no había llegado en aquella guerra que perdimos? ¿Ya no lo recuerdan gritando ¡Soy Inocente!?
Keiko y Kenji simulan pelearse pero ambos son hijos de Alberto, anverso y reverso, cara y sello, uña y mugre. Ahora han creado esa variante distractiva que se llama Kenji y que se hace la liberal (del mismo modo que Keiko se hizo la liberal en Harvard). Pero eso es como la Inca Kola Zero: sabe a jarabe de caramelo tanto como la otra. Y si Kenji desplazara a Keiko y ganara las elecciones y llegara al poder, repetiría la faena de su padre: palo a las leyes, lentejas a los damnificados, asistencialismo presencial y venta de lo que nos queda por vender. ¿Qué mejor homenaje podría hacerle Kenji a su padre que duplicarlo? ¿O ustedes se imaginan al amo de Puñete haciendo un gobierno limpio y democrático que nos hiciera recordar las miserias dictatoriales de su adorado progenitor? Never.
La pregunta de Zavalita, esa que hace poco retomó con tan poca fortuna “El Comercio”, ya tiene respuesta: el Perú se jodió cuando las columnas políticas del año 2017 continuaban refiriéndose a la familia Fujimori como una instancia protagónica de la política.
Jodidos estamos.
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