A la muerte de Henry Pease
Por: Rolando Breña
Afirmábamos en una nota hace
algún tiempo, que los políticos y los partidos nos estábamos volviendo
analfabetos, y que la política peruana era también más analfabeta. No, por
cierto, por culpa de la política en sí misma, sino de todos cuantos pretendemos
ejercerla.
Es necesaria una cruzada para
retornar la política a sus reales contenidos, esencias, objetivos. Rescatarla
de su divorcio cada vez más notorio del conocimiento, de la cultura. De
reconstruirla desde sus bases doctrinarias y de principios, reconquistar sus
cimientos y sus sentidos filosóficos. Tenerla siempre como una visión
estratégica, de conjunto y a largo plazo. En la que la ética y la moral sean
compañeros o componentes esenciales. Sin estas premisas cualquier acción
política derivara en lo que tenemos hoy como política y como políticos en el
Perú.
La política es, debe ser
siempre teoría y práctica (“sin teoría revolucionaria, no hay práctica
revolucionaria”, escribiría Lenin). Pero en los últimos años quizá uno de los
déficit de nuestra izquierda orgánica (militante quiero decir) ha sido la
debilidad teórica y política. Arrastrados por la vorágine del día a día, de lo
inmediato, de las tentaciones y los desafíos de la coyuntura; de las ilusiones,
aun frustradas y frustrantes de su unidad, no siempre para acumular fuerzas en
proyección de los grandes objetivos de transformación, sino de la conquista de
espacios electorales y de gobierno, que tampoco supimos gestionar con exito.
Nuestras tácticas y estrategias fueron ganadas por el cortoplacismo, las metas
menudas y las contradicciones y rencillas internas, intranscendentes, y porque
no, la adecuación a lo que siempre habíamos cuestionado.
Disculpen sino me refiero
directamente a Henry Pease. Escribí una al respecto en otro medio de
información local. Sin embargo su muerte, muy sentida de veras, suscita algunas
reflexiones entre la siempre dificultosa relación entre la intelectualidad y
los partidos de izquierda. Henry Pease fue un intelectual, un académico, un
investigador valioso, que entró a la práctica política abierta y militante
principalmente en los tiempos de Izquierda Unida y hasta después de su
fraccionamiento, fue su candidato presidencial incluso enfrentando a Alfonso
Barrantes de quien fuera teniente alcalde y motor de su acción municipal.
Cuando un intelectual
reconocido entra a las difíciles y exigentes condiciones de la militancia,
lleva siempre al partido un aire fresco y renovador que ayuda al trabajo de
reflexión, al perfilamiento programático, a la necesaria presencia de los
nuevos conocimientos y eleva el prestigio partidario. Pero sucede que el
intelectual casi siempre desconfía de las estructuras y de las líneas partidarias
o la forma de entender principios o ideología, como si tal vez pudieran
entorpecer su antigua independencia y libertad para tratarlos sin prejuicios o
dogmatismos.
Por otro lado las estructuras
y militancia partidarias, si es verdad que necesitan, aprecian y buscan
intelectuales, también a veces sienten cierto temor a que pueda desbordar las
fronteras ideológicas o políticas y, queriéndolo o no, desnaturalizar los parámetros
partidarios.
Es una relación
confianza-desconfianza mutua que todavía no ha encontrado un mecanismo capaz de
resolverla adecuadamente.
Los izquierdistas necesitamos
de la intelectualidad y ellos requieren de los partidos para que la acción
política sea fructífera; con conocimiento, ciencia, cultura, práctica,
organización, estructura, estrategia, tácticas, liderazgos…
La acción política no puede
ser mera estructuración intelectual ni mero practicismo estéril. Todavía
estamos atrapados en esta contradicción, además de otras, claro.
La militancia de Pease en
Izquierda Unida es en este sentido una experiencia importante de la que falta
aun extraer reflexiones y enseñanzas. No solo de la suya, obviamente, sino
porque fue una figura sobresaliente, y como ser humano, como todo izquierdista,
con luces y sombras.
Por último, no se trata solo
de incorporar intelectuales a la acción política, sino que los propios partidos
generen, produzcan, construyan su propia intelectualidad. Y aquí no estamos en
déficit, estamos en crisis. Pero mucho ojo, un intelectual de partido no es
solo el propagandista, el defensor de la ideología y de la línea partidarias,
de sus principios, de sus tácticas y estrategias, el cruzado partidario. Es
mucho más. Es también quien pone la reflexión teórica en un espacio central,
compulsando siempre el pensamiento con la realidad, y dotando a esa reflexión
de espíritu creativo para descubrir lo nuevo y lo necesario, aunque a veces lo
nuevo y lo necesario lo lleve a cuestionarse a sí mismo y ponga a su
disposición caminos inéditos o lo inste a rediseñar o reorientar en contenidos
o formas aquéllas que venía recorriendo.
Muy seguido, tener una
concepción ideológica para algunos es como tener la varita mágica de las hadas
madrinas a cuyo solo movimiento y mención de las palabras casi divinas del
catecismo ideológico, las cosas se harán solas. Y siempre de manera inmutable y
eterna.
Permítaseme transcribir
algunos párrafos de un discurso mío al respecto, frente a militantes
principalmente jóvenes:
“La ideología es
como el agua pura de las lluvias o los puquiales andinos, límpida pura,
transparente. El agua salta, corre, fluye suavemente o en torrentes poderosos.
Encuentra siempre su camino cuando es libre, crea vida y a veces enfurecida,
arrasa. Pero cuando el agua es aprisionada en represas y abandonada, a su
suerte, se corrompe, hiede, emana miasmas y apenas si habitan en ella algunos
insectos y alimañas.
También la
ideología necesita ser libre para encontrarse a si misma, encontrar la
naturaleza, los hombres y las mujeres, la vida y la historia; para entender el
pasado, interpretar el presente y diseñar el futuro, para crear, recrear y
recrearse.
Si deja de
confrontarse con la vida, si se le encierra en textos sagrados, en verdades
reveladas e intemporales, en dogmas, en bulas papales, también como el agua se
corrompe, su esencia creadora se torna estéril, muere como instrumento de
liberación carcomida por las miasmas del dogmatismo, del sectarismo, del
espontaneismo, del temor al cambio, de la ignorancia. La ideología como el agua
clara siempre encuentra su camino cuando es libre, cuando confronta
permanentemente con la vida, pues de ella aprende y a ella vuelve para hacerla
mejor”.
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