Marco Aurelio Denegri: La estupidez es un
arma que tiene el sistema para hacer que la gente no piense ni se cuestione
AMANTE DE LAS LETRAS. Además de su programa de televisión La función de
la palabra, Denegri se mantiene como un escritor productivo. Desde el 2010 a la
fecha ha publicado cinco libros con el Fondo Editorial de la Universidad
Garcilaso de la Vega.
Sus
libros lo describen como un polígrafo autodidacto. Desde su espacio en el canal
del Estado, se mantiene durante más de una década como un difusor de la
cultura. Destaca por sus trabajos en el campo de la sexología y la lingüística.
Son las nueve de la noche del viernes
25 de julio y el auditorio César Vallejo de la Feria Internacional de Libro
luce alborotado, demasiado. El congresista Víctor Andrés García Belaunde acaba
de presentar su libro El expediente Prado, y sus invitados, que son decenas,
llenan todos los pasillos que dan acceso al auditorio. Pasan los minutos y el
tumulto no disminuye, crece. A los que vinieron por ‘Vitocho’ se suman los que
quieren oír a otro autor: Marco Aurelio Denegri. El intelectual,
sexólogo y conductor de televisión presenta Poliantea, su nuevo
libro, una suerte de breve enciclopedia en la que desarrolla temas y conceptos
que son de su interés. La multitud lo aplaude cuando se acomoda en el
escenario, listo para hablar. Lo ovaciona también cuando empieza a leer algunos
pasajes del libro. Pero él luce distante, ajeno a la aclamación de sus
lectores. De hecho, siempre ha preferido mantenerse lejos de las personas. Se
reconoce misántropo, poco sociable. Dice que no espera ser popular, pero –muy a
pesar suyo– lo es.
En Poliantea, su
último libro, usted hace una diferencia entre el humorismo y la comicidad.
¿Puede hacer un resumen de esa diferencia?
Bueno, vea. Yo recuerdo que a fines
de los 60 llegó a Lima, por primera vez, Juan Verdaguer (humorista uruguayo).
Este era un señor que se presentaba en la televisión solo, sin ningún apoyo. A
mí me causaba mucho regocijo verlo, porque lo hacía con una seriedad y un
timing que no se pueden imitar. Luego vino en la televisión lo que se comenzó a
llamar "programa cómico", que era una concesión fácil a la risa
pueblerina, estruendosa y vulgar. Luego eso se entronizó. Fue una concesión al
gusto mayoritario. (Jorge Luis) Borges en sus conversaciones con Adolfo Bioy
Casares se preguntaba: "¿Qué cosa pasaría si hoy estuviera entre nosotros
Oscar Wilde?". Y él mismo respondía: "Seguramente sería un
bobo". Es que Wilde funcionaba muy bien en los salones londinenses de
1800, pero ahora ya no. Es una sensibilidad de época, que ahora no tenemos.
Ahora la gente se va a reír con el chiste grueso.
En Poliantea, usted
dice que no es posible comparar el humor sutil de Wilde con la comicidad
actual. Cuando usted lanza un chiste en su programa de televisión, en canal 7,
¿a quién se parece más, a Wilde o a un cómico actual?
Yo nunca he querido ser gracioso. Si
me pregunta si hay una intención consciente de provocar risa, eso no. Primero,
porque yo no tengo esas condiciones. Ahora, puede ser que la gente se ría de
mis gesticulaciones o mis ademanes, pero eso es algo que está en mí. Es mi
manera de expresarme.
En este momento, Nerit Olaya, editor
de los libros de Marco Aurelio Denegri, nos interrumpe. "Quizá usted va
más por la ironía", le dice a Denegri. “Eso es muy diferente –responde
él–, es como el chiste cruel. La primera vez que yo escuché un chiste cruel, o
de humor negro, yo estaba en tercer año de media, era 1953, y el profesor de
literatura, Vicente Gonzales Monteolivo, era un gran contador de chistes. Él
decía: Había una pareja de recién casados que tuvieron su primer hijo, pero les
resultó tan feo, tan horrible, que tuvieron que botarlo a la basura. Aquello,
dicho en 1953, era impresionante”.
Volvamos a Poliantea. En el libro trata un tema que para usted es recurrente: la estupidez humana.
Volvamos a Poliantea. En el libro trata un tema que para usted es recurrente: la estupidez humana.
Usted dice que
todos cometemos estupideces en menor o mayor grado, e incluso cita a Mussolini,
que tiene esta frase: “Todos los hombres son más o menos estúpidos. La cuestión
es ser un estúpido ligero”. La cuestión es, hoy, a la mitad de la segunda
década del siglo XXI, ¿cometemos más o menos estupideces?
Más, muchas más. Por una razón
científica. Vea, el Premio Nobel de Medicina, Peter Medawar, dijo que la
inteligencia estaba declinando en el mundo, desde 1940 aproximadamente, y que
esta declinación no iba a ser indefinida. Me permito hacerle una observación a
tan ilustre científico, yo creo que sí va a ser indefinida. Y si ha comenzado a
declinar la inteligencia, lógicamente tiene que comenzar a subir la estupidez.
Este es un tema que no necesita de estadísticas o de ningún estudio, esto es
algo que usted ve todos los días. Basta solo con ver a los políticos. Además
creo que este proceso es irreversible.
Antes de entrar a
ese punto, ¿todos cometemos estupideces? ¿Usted mismo reconocería que comete
estupideces?
Todos pues (se ríe), claro. Sería
milagroso que yo esté exento de la comisión de estupideces.
¿Cuánto influye la
televisión en la estupidización de las personas?
Bueno, yo creo que influye muchísimo
y va a seguir influyendo porque no se tomó en cuenta una observación certera del
gran filósofo existencialista francés Jean Paul Sartre, cuando dijo que el gran
peligro de la estupidez es que es opresiva. Y entonces es un arma que tiene el
sistema para hacer que la gente no piense, no delibere ni se cuestione. Al
establishment le interesa mucho mantener ese estado de cosas. Y ahora, con el
avance de la tecnología, y con el incremento de prótesis, no veo que esto sea
reversible.
¿Los pésimos
contenidos de la televisión no son responsabilidad también de la teleaudiencia,
que se hace adicta a ellos?
Claro. Ese es un ida y vuelta. Por
eso es tan peligroso. Y ese no es un fenómeno nuestro. Y lo que sí es evidente
es que usted no podría comparar la televisión actual con la de hace 15 años, y
tampoco podría compararla con la de sus inicios, fines de los 50 o inicios de
los 60. Yo recuerdo que en la televisión de esa época había un programa los
domingos que se llamaba La Universidad del Aire.
Invitaban al doctor Francisco Miró Quesada Cantuarias a dar una charla, al doctor Augusto Salazar Bondy a hablar de filosofía. Eso sería inconcebible ahora.
Invitaban al doctor Francisco Miró Quesada Cantuarias a dar una charla, al doctor Augusto Salazar Bondy a hablar de filosofía. Eso sería inconcebible ahora.
Usted mencionaba
esta condición protética que tienen los hombres…
Ahora más que nunca…
Claro, vivimos
pendientes de la interconexión. Y usted dice que estos estímulos reducen
nuestra capacidad de concentración, lo que hace que no leamos….
No solo que no leamos. Con el paso de
los años, y en muy corto tiempo, el hombre tiene una interioridad cada vez
menor, un mundo interior muy reducido. No hay, para utilizar un lindo
neologismo, una dentrura.
Lo que no entiendo
es, en este escenario tan desfavorable, en el que nadie lee, que hay una escasa
capacidad de concentración, ¿por qué escribir? ¿Por qué escribe usted?
Vea, yo no creo que yo pueda influir
en absoluto, yo no escribo para los demás. Yo he reunido a través de los años
una serie de textos, he desenvuelto algunos temas, y supuse que alguien podía
interesarse por los temas que a mí me interesaban, a los que dediqué mucho
tiempo. Yo no pretendo corregir puntos de vista o hacer que la gente entienda
la situación en la que se encuentra. Mire, yo soy un caso singular, a mí no me
gusta hablar de mí, pero en este caso lo voy a hacer. Mi madre me decía que yo
nunca debía decir: “De esta agua no beberé, o esta puerta no tocaré”. Me decía
eso, porque en esa época yo no tocaba ninguna puerta, no solicitaba nada, pero
venían. Por ejemplo, yo me presenté por primera vez en la televisión, cuando
estaba en canal 11 don Augusto Belmont Bar, en los comienzos de la década del
70. Me dije: “Yo no conozco a nadie, pero creo que se puede hacer un programa
cultural”. Mi padre me respondía una cosa de sentido común: “Anda. Qué puedes
perder. Lo peor que puede pasar es que te digan que no”. Y entonces fui. Sometí
a la consideración el programa cultural y a la semana me dijeron que vuelva,
que lo podía hacer. Fue la única vez que toqué una puerta. Por eso mi madre se
preocupaba. “Estás esperando que te llamen, quién eres tú”, me decía. Y
efectivamente yo no era nadie.
Ahora, hacer un
programa de televisión en el que usted hace de difusor de la cultura, ¿no
termina siendo algo elitista?
Ah, sí, definitivamente. Yo creo mucho en la intelligentsia, en la élite intelectual, en la clase pensante.
Ah, sí, definitivamente. Yo creo mucho en la intelligentsia, en la élite intelectual, en la clase pensante.
¿La cultura nunca
va a ser popular?
No, jamás, felizmente. Cómo sería
popular la cultura.
Alguna vez le
preguntaron si usted era misántropo y usted respondió que sí, como lo fue
Manuel González Prada. ¿Sigue pensando así? ¿Tan detestable es la condición
humana? ¿Tan poca cosa somos todos?
Sí. Y mencioné lo de González Prada
porque ese es un punto que no ha sido desarrollado. Yo se lo comentaba al
doctor (Luis Alberto) Sánchez, que es el que más conocía a Prada. Y esta
misantropía en Prada, que era muy radical, basta ver sus poemas, está mezclada,
cosa curiosa, con un gran cariño por los animales.
¿Cuántas horas
puede soportar usted a un ser humano?
Bueno, ya lo he dicho. Yo tengo un
trabajo que se titula: “Cuántas horas diarias es soportable un ser humano”.
Según la mayoría de autores, lo máximo, en una situación presencial, son cuatro
horas.
¿Le ha pasado
alguna vez eso, que se le ha hecho insoportable estar rodeado de gente y ha
tenido que marcharse?
Ahora más. Yo creo que con la vejez
eso pasa más. Si usted revisa el diario de (Julio Ramón) Ribeyro: La Tentación
del fracaso, él dice: “Yo puedo soportar a la gente máximo tres horas, después
embrutezco”.
Si usted no puede
soportar a la multitud, no entiendo cómo hizo para acudir a la presentación de
su último libro, Poliantea, en la Feria del Libro, que es un lugar concurrido.
Yo hice un esfuerzo enorme porque en
la universidad (Garcilaso de la Vega) se portaron muy bien, yo anteriormente
nunca había ido a ninguna presentación. A mí no me gustan esas reuniones, me
siento incómodo. Mire, cuando yo diálogo con alguien, una condición esencial es
que la persona me conozca, no para que me hagan preguntas que están previstas,
sino para que no me ponga a la defensiva. De lo contrario la cosa se pone
tensa. Por eso prefiero no dar entrevistas.
Hace unas semanas
se aprobó una norma que disponía que salieran de las universidades los
catedráticos de más de 70 años. Usted contó alguna vez que los famosos
matemáticos del club Bourbaki solo permitían a miembros de menos de 50 años…
Pero eso era para la matemática. En
general, todas las grandes obras, en todos los órdenes de la existencia, se han
hecho antes de los 50 años.
O incluso antes de
los 40…
Sí, por eso es una tontería que la
gente lamente que Mozart muriera tan joven. Mozart no hubiera podido hacer nada
mejor de lo que ya había hecho. Lo mismo Valdelomar o Mariátegui. No hubieran
sido mejores.
Usted, sin embargo,
tiene 76 años, y sigue como difusor de la cultura.
Pero no tengo lo que yo tenía en la
década del 70, esa intensidad que me hacía comprar libros a cada rato. Eso no
podría volver a hacerlo.
¿Cuántos libros
podía leer mensualmente en los 70?
En los 70, yo podía comprar dos
libros diariamente. Era una apetencia muy fuerte. Ahora eso se ha perdido.
¿Alguna vez lo han
acusado de machista, de misógino?
Bueno, acá voy a repetir una frase
que dijo en su momento el gran historiador Pablo Macera: “Yo prefiero guardar
con mis paisanos una relación de mutua prescindencia”. Creo que Macera tenía
razón.
Yo apuntaba solo a
su relación con las mujeres. He visto que en las cosas que escribe siempre
destaca que las mujeres tienen menos capacidad que los hombres en varias
actividades: la poesía, el humorismo, el boxeo.
Eso es un hecho. Yo no he descubierto
nada. En la poesía, por ejemplo. En la antología (poética) de González Vigil,
la desproporción es enorme. Pero en la antología de Escobar es mayor. Creo que
de sesenta y tantos poetas reunidos, creo que cuatro son mujeres.
¿De cuándo es esa
antología?
Del 74 o 73, me parece.
¿Por qué se dedicó
durante 15 años a estudiar sobre obscenidad y pornografía? ¿Cuál fue su
interés?
Bueno, yo creo que lo primero que
pude comprobar, desde hace muchísimo tiempo, fue el interdicto sobre lo sexual
y las consecuencias que ello ocasionaba en la gente joven, yo estaba en el
colegio y no tenía ideas claras ni distintas al respecto. Pero era un
interdicto que empezó a cuestionarse cuando llegó la década de los 60 y
continuó en los 70. Lo que quise hacer fue el esclarecimiento de la
problemática sexual.
¿Empezó a estudiar
esto cuando era adolescente?
Sí. Yo lamento no haber conservado
unos escritos de esa época, seguramente eran estupideces, pero ya no los tengo.
Luego continué. En los 70 era la única voz que hablaba del tema, saqué una
revista, tuve problemas legales, confiscaron la revista, me metieron en la
cárcel.
¿Lo acusaban de
pornógrafo?
¡Claro! Esa era la manera en la que
se tenía antes. Antes, al cuestionador del orden establecido, o lo metían en la
cárcel, o lo tildaban de loco, y lo metían en el manicomio. Eso era antes.
Ahora le hacen algo peor. Ahora lo incorporan al orden establecido.
Usted dice en otro
de sus libros: "El problema no es la pornografía sino la abismal miseria
sexual humana".
Sí. Y ahora más.
¿Sí? ¿Con tanta
apertura, con tanta información?
Sí, pero hay menos potencia. Qué hace
usted con tanta apertura si hay menos potencia. El éxito de la vida sexual
depende de la potencia, y la potencia depende de la salud. La Organización
Mundial de la Salud ha declarado hace un par de años que hay un aumento general
de todas las enfermedades, tanto orgánicas como mentales. Si hay ese aumento,
qué salud puede haber desde el punto de vista sexual. Ahora ya no se podrían
duplicar ni remotamente los niveles de eficiencia sexual que revelaban los
informes Kinsey, del año 48. Ya no hay personajes como el abogadito que tenía
30 coitos semanales durante 30 años. Eso ya no se da. Y esa es una cuestión de
salud.
En Miscelánea
humanística (2010), otro de sus libros, enumera una serie de escritos de
novelistas y periodistas que se han referido al jirón Huatica, ese viejo rincón
prostibulario de Lima. ¿Le tomó mucho tiempo reunir esa colección de escritos?
Rápido no fue. Esa fue una labor que
también vine haciendo desde los 60. Me tomó bastante tiempo.
¿Usted es un
nostálgico de Huatica, porque también incluye sus memorias en su libro?
Mire, eso es como si me preguntara si
yo soy un nostálgico de mi adolescencia. Yo no rescataría eso. Es un recuerdo
significativo de lo que era entonces la adolescencia. Pero ahora ya no es así.
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