domingo, 3 de agosto de 2014



Ollanta Humala y su doble  propósito de la encarcelación de Gregorio Santos



No hace mucho el periodista César Hildebrandt se hacía una pregunta similar (“¿Quién realmente maneja el país?”) y, en su contundente respuesta, el presidente Ollanta Humala y su esposa Nadine Heredia quedaban casi al nivel de dos fantoches. Yo mismo se lo he preguntado a uno que otro insider político y sus comentarios han tendido a la conjetura. A mí me gusta imaginar ese tiempo muerto posterior a las elecciones como el tiempo de un falso cortejo, el tiempo de un simulacro de acuerdo entre un empresariado que finge aceptar la derrota, y un nuevo presidente que finge creer que dialoga con nobles perdedores.

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En una de las escenas más emotivas e impactantes de Buenos muchachos (1990) de Martin Scorsese, Tommy DeVito (Joe Pesci) recibe una excelente noticia: será ascendido, dejará el periodo de iniciación criminal y se transformará en un hombre de honor (o made man) dentro de la mafia italiana de Nueva York. Este hecho simbólico lo volverá intocable. La ceremonia, según lo pactado, se celebra en casa de uno de los capos más poderosos. DeVito recibe la bendición materna y arriba al evento con su mejor traje de gala. Está radiante y se muestra agradecido hasta el mismo momento en que se da cuenta de que no hay ceremonia ni ascenso ni blindaje, y que la reunión para agasajarlo es en realidad una cita anticipada con la muerte. Lo acribillan de un balazo en la cabeza justo cuando la volteaba para pedir explicaciones. Fue sacrificado por el asesinato de Billy Batts, un verdadero made man. La mafia no perdona y jamás olvida.

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Como tengo una imaginación frondosa, me atrevo a pensar que esas reuniones de festejo entre los presidentes electos y los peruanos que están acostumbradas a decidir por ellos, guardan alguna semejanza con la escena cinematográfica que acabo de describir. Al inicio, el saludo respetuoso, el trato de iguales y la palmadita en el hombro del que es ya —al menos, en apariencia— un made man; más adelante, uno que otro chistecito subido de tono hasta el brindis de caballeros por el triunfo democrático del “señor presidente”; finalmente, el llamado a la seriedad y luego la elegancia de las formas que se irán perdiendo, lenta y paulatinamente, cuando el futuro gobernante actúe fingiendo no entender. El arma más poderosa será siempre la palabra justa y punzante que, siendo interpelación y amenaza, se disfraza de consejo amistoso. El presidente sacrificado no muere físicamente como el DeVito de Buenos muchachos y, sin embargo, en ese ambiente de lujo y opresiva camaradería, poco a poco se irá extendiendo un denso olor a cadáver político.
Un presidente que traiciona a sus electores y —arrodillado, muerto de miedo— abandona sus principios y declina su liderazgo, es siempre un presidente muerto.

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Tampoco estaría de más preguntarse si el que gobierna actualmente el Perú es el señor Ollanta Humala o su doble degradado. Nadie, ni siquiera esa derecha que ahora lo insulta públicamente en las portadas de los diarios concentrados, parecía prever la rapidez y el dramatismo de un giro político tan radical, de esa anunciada transformación que terminó siendo una insidiosa traición, y que, siguiendo con el símil cinéfilo, bien podría ser el fruto de una secreta lobotomía en una película de ciencia ficción. El caso de Cajamarca sea, quizás, ejemplar para alimentar nuestra hipótesis del doppelgänger del presidente.

Los que hablan de una traición del mandatario al Presidente Regional de Cajamarca, Gregorio Santos —actualmente en prisión preventiva—, cuentan que fue el entonces candidato Humala quien, en plena campaña electoral, luego de perder en Cajamarca ante el Fujimorismo, promovió una reunión con él. La estrategia era clara: sin la ayuda del popular ‘Goyo’, sería muy difícil ganarle en segunda vuelta a un Fujimorismo reforzado por los votos de los seguidores de PPK, Solidaridad Nacional y de gran parte del Toledismo. Lima —lo sabían— ya estaba perdida.

Humala no había querido negociar antes y, por esa razón, el partido de Santos no se había movilizado para apoyarlo. Sin los votos cajamarquinos, sin ese crucial apoyo que Santos había condicionado a la intervención del futuro gobernante en la revisión de los contratos mineros con la empresa estadounidense Newmont y la peruana Buenaventura SA de la familia Benavides en torno al proyecto Conga, Humala no hubiera llegado a presidente.

En Cajamarca, Humala terminó ganando por 150 mil votos.

En Lima, perdió por 800 mil.

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En adelante, una vez ganada la elección, el Humala de la Gran Transformación sufrirá una extraña y violenta metamorfosis que echa por tierra todas y cada una de las promesas del Humala candidato hacia la población cajamarquina que lo hizo ganar y confió en él. Hildebrandt lo resume de esta forma:

“En la campaña dijo en Cajamarca que el agua estaba antes que el oro. Apenas elegido, afirmó que se conciliarían el oro y el agua. Luego, de la mano con minera Yanacocha, terminó considerando primero al oro. Mientras tanto, la mina construye un reservorio artificial de agua para seguir con el plan de siempre de afectar cuatro lagunas. No está claro si se saldrán con la suya. Creo que el viento está cambiando en Cajamarca y en el país. Por lo mismo, debemos reflexionar sobre quiénes realmente manejan este Perú maldecido por el oro.”

La extraña encarcelación de Gregorio Santos, por otro lado, parece tener todas las trazas de una vendetta política. Si la prisión preventiva es un mecanismo legal que se aplica cuando el procesado entorpece el proceso judicial o hay indicios de que podría fugarse, ¿cómo interpretar, entonces, su aplicación en contra de alguien como Santos, quien además de tener un domicilio conocido y un trabajo fijo, había asistido rigurosamente a todas las citaciones dispuestas por la ley?

Si había que detener el afán reeleccionista de Santos, era necesario, primero, meterlo preso y luego inventar alguna fórmula legal que le impidiera postular a cualquier cargo público por estar preso

Según Marco Arana, fundador y militante del partido Tierra y Libertad, lo que ha habido en el caso Santos es “la consumación de un acto de persecución política y de arbitrariedad jurídica”. Arana se mostró claro y enérgico en señalar que la corrupción debe ser investigada y sancionada y, de haber pruebas de corrupción en contra del Presidente Regional de Cajamarca, tendría que ser juzgado en un proceso justo. La prisión preventiva de 14 meses en su contra parece ser, sin embargo, de todo menos justa. Para Silvio Rendón, economista peruano y profesor de la Universidad Stony Brook de Nueva York, se trata de un doble rasero departe del Poder Judicial a la hora de aplicar la justicia:

“A Santos no se le ha declarado culpable de nada. La jueza ha aceptado totalmente el pedido del fiscal y le ha decretado sumariamente prisión preventiva estando en funciones de presidente regional de Cajamarca, cosa que no han hecho con ningún otro político acusado de corrupción de los muchos que hay como (Alan) García, (Alejandro) Toledo, o la "cajamarquina" Cecilia Chacón. ¿Qué justicia es esa? Se está aplicando estándares de justicia desiguales. Y eso todo el mundo lo sabe: el poder judicial, al igual que el poder mediático, está con el poder económico.”

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No hace falta demasiada memoria para recordar al candidato Humala de los jeans obreros y la camisa blanca que, arropado por un poncho, les preguntaba a los pobladores de Cajamarca si el agua les parecía más importante que el oro. Con la mano derecha dibujando círculos en el aire y el dedo índice señalando hacia arriba, como si en el fondo se estuviera dirigiendo a las lagunas, Humala convertía su discurso político en una consulta pública de preguntas retóricas con un grosero condimento populista:

—¿Ustedes quieren vender su agua?
—Nooooooo
—Porque dicen que la quieren vender, allá las mineras dicen si nos van a vender su agua, “ya hemos hecho una consulta con ellos”. ¿Les han consultado a ustedes?
—Noooooooo
—¿Qué es más importante, el agua o el oro?
—¡El aguaaaaaaaa!
—Porque ustedes no toman oro, no comen oro, pero nosotros tomamos agua. Nuestras criaturas toman agua, nuestro ganado toma agua, de ahí salen la leche, los quesos, salen las riquezas. La agricultura necesita agua. Por lo tanto, yo me comprometo a respetar la voluntad de Bambamarca con respecto a la minería… ¡Se va(n) a respetar las actividades de la agricultura, la minería, el agua para los peruanos!

Tan solo unos meses después y ya de presidente, el mismo Humala del ponchito, con un curioso collar de flores rojas sobre su habitual camisa blanca, les pedía a los cajamarquinos su apoyo porque, argüía compungido, “la principal actividad económica de la que hoy día, querámoslo o no, vive el Perú, es la minería. Y la minería desde hace 200 años no ha cumplido con un rol social. Lo que pasa es que uno ha abusado del otro y ha generado pobreza y extrema pobreza. Déjenme ustedes demostrarles que va a haber una nueva relación con estas empresas y que se puede tener el oro y el agua a la vez”

Gregorio Santos, que siempre se opuso a Conga, luego de dos gabinetes defenestrados, dos profundas crisis políticas y con el proyecto aparentemente parado, se había convertido en una piedra en el zapato para la minera Yanacocha y, por extensión, para el presidente Humala. Si había que detener el afán reeleccionista de Santos, era necesario, primero, meterlo preso y luego inventar alguna fórmula legal que le impidiera postular a cualquier cargo público por estar preso.

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Es cierto que el Tommy DeVito de Buenos muchachos es sacrificado por los mismos que le habían estrechado la mano. Y, sin embargo, su cobarde muerte no hace otra cosa que glorificarlo por encima de los demás personajes: es impensable recordar la magnífica película de Scorsese sin pensar en Joe Pesci.

No resulta descabellado imaginar ahora que la encarcelación de Gregorio Santos podría producir un efecto similar en las clases populares que ven en su ‘sacrificio’ un punto de reconocimiento y apoyo. El segundo Humala —el Humala presidente; el Humala que, por sus acciones, parece enfáticamente decidido por el oro— debería ser cuidadoso con el efecto de boomerang que podrían traer sus decisiones políticas. Con o sin Santos, la lucha del pueblo cajamarquino en Conga no parece ceder ni medio centímetro. Pero si antes Santos era visto con alguna desconfianza, es muy probable que en 14 meses haya ganado en el imaginario popular lo que nunca hubiera ganado si lo hubieran dejado libre.

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