“OTROS OPERATIVOS”
Rolando Breña.
“Como decíamos ayer”, es la
famosa frase de don Fray Luis de León, el ilustre poeta salmantino cuando,
luego de una injusta prisión, volvió a las aulas universitarias y a sus
habituales clases.
No es nuestra intención,
amable elector, escribir sobre el autor de estos versos:
“Qué descansada vida, del que
huye del mundanal ruido, y sigue la escondida senda, por donde han ido los
pocos sabios que en el mundo han sido”. No. solo “como decíamos ayer “ algunas
cosas sobre la maltrecha “Operación Perseo”, nos vinieron al recuerdo otros
“operativos” que pasan bajo nuestros ojos, a los que no damos más importancia
que el hecho de enterarnos por alguna nota periodística, por los escándalos que
producen, las pequeñas batallas callejeras, las golpizas y detenciones, las
protestas de los vecinos, alguna que otra coima, rostros que no desean aparecer
en fotografías o las cámaras de televisión; al final, patrulleros y camiones
llenos y llenas también algunas comisarías. Alguna vez un “informe especial” en
algún medio de comunicación.
Nos referimos, en este caso, a
los “operativos” contra la prostitución callejera y clandestina, que de cuando
en cuando provocan ajetreos policiales, periodísticos, reclamos de vecinos y
transeúntes, prédicas y reflexiones morales.
La prostitución es vista como
una de las conductas humanas más deplorables y condenables. Y las
personas que la ejercen son generalmente repudiadas, aisladas, evitadas.
No es nuestra intensión
defender la prostitución que se ha convertido ya en una lucrativa industria que
recorre todas las escalas sociales. Se encuentra entre los más pobres,
olvidados y marginados; hasta entre los más encumbrados en el poder y en el
dinero. Desde los míseros hoteles y hostales, hasta los lujosos cinco estrellas
y más. Desde playas desiertas y peligrosas, hasta las exclusivas con guardianes
uniformados y amables que esperan generosa propina. Se ejerce en cualquier
lugar: cocheras, pasillos, vehículos, parques y plazas, estadios, al paso…
No nos referiremos a los que
han construidos imperios y fortunas con la explotación de seres humanos,
haciendo que en las calles, jóvenes, maduras y hasta ancianas exhiban sus
cuerpos como mercancía vil. Ni a los que los protegen y toleran.
Tampoco nos sumaremos a las
voces beatas, que mientras lanzan diatribas y condenas cínicas e hipócritas,
aplauden crímenes, delitos, abusos, racismo y discriminación.
Nuestro propósito es más
modesto. Llamar la atención sobre los contenidos sociales, económicos, éticos y
criminales de este flagelo que crece monstruoso e indetenible; ya sea
acicateado por las carencias de sectores sociales tradicionalmente empobrecidos
u organizados y planificado conscientemente por mafias reclutadoras y
esclavizantes.
En el Perú la prostitución
también se combate por “operativos”, es decir, la violenta represión de las
prostitutas, que, horas después volverán a los lugares habituales.
Alguna vez, un candidato a la
Alcaldía de Lima, hoy arrepentido, propuso la creación de una “Zona Rosa”, para
albergar legalmente la prostitución clandestina. Recordamos los sermones,
discursos, rogativas, etc, de los moralistas de siempre, encabezados por el
cardenal, y el asunto quedo sepultado.
En esta nota solamente
deseábamos referir una pequeña historia personal. En una de mis tantas
carcelería fui recluido en una de las celdas de Radio Patrulla (Av. 28 de
julio). La celda era prácticamente una refrigeradora, pues tenía rejas
superiores abiertas por donde penetraban, el frio, el viento y la humedad de un
severo invierno limeño. Hacia la tarde, producto de un “operativo” el patio se
llenó de decenas de prostitutas de las calles y las plazas del distrito
vitoriano, con sus gritos, protestas, llantos, ruegos. Cuando la noche hizo
arreciar el frio y ellas advirtieron mi solitaria presencia casi aterida y
hambrienta en la celda, con su inmensa solidaridad de prostitutas y desafiando
a los policías, me alcanzaron algunos plátanos y pan francés, así como varios
periódicos para que con ellos me abrigara las espaldas y los pies. No las volví
a ver. Algunas horas después salieron en libertad, siempre con un vocerío
taladrante y haciendo adiós con las manos
Este hecho, de tanto tiempo
atrás siempre está fresco en mi memoria. Reforzó mi convicción que los seres
humanos caídos o hechos caer en la desgracia y hasta en el fango, guardan
sentimientos de nobleza y solidaridad que hay que procurar rescatar. Y esos
panes, esos plátanos y esos periódicos de las prostitutas, me abrigan y me
alimentan hasta hoy. Y alimentan también las esperanzas de una sociedad mejor y
más justa para todos.
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