martes, 26 de agosto de 2014

DESCOMPOSICIÓN SOCIAL (Quinta parte)
Por: Rolando Breña


Probablemente pueda pensarse que los puntos de vista planteados, pecan de pesimismo y hasta de catastrofismo. Pero siempre es mejor que los análisis sean severos, pues nos exigirán explorar más seriamente, en plazos perentorios  y con la suficiente responsabilidad, caminos y mecanismos que nos lleven a superar los problemas que nos envuelven hasta hoy. Análisis condescendientes con la gravedad de las cosas, nos podrían conducir a buscar, como hasta hoy, tan solo paliativos o respuestas parciales o distorsionadas, que no asirán nunca los orígenes reales, sus consecuencias y correctivos.
En nuestro país, toda medida obligatoriamente asume caracteres de radicalidad si pretendemos salir de nuestras insatisfacciones.
Y si de radicalidad se trata, lo más radical ahora es el cuestionamiento del modelo neoliberal extremista que se aplica en el país hace más de dos décadas y viene en proceso de profundización y consolidación, con las medidas del gobierno de Humala desde el día siguiente de la toma de mando.
El modelo extractivista y primario exportador, basado en los recursos mineros y la dictadura primitiva de la economía de libre comercio, necesita un cambio de patrón. Esta apreciación es incluso generalizada en organismos internacionales capitalistas y principales exponentes teóricos. Su edad de oro está prácticamente agotada y su aplicación no ha sido capaz de generar desarrollo ni cerrar o disminuir las brechas económicas ni sociales. En el mundo occidental y capitalista ya se está de vuelta de las esencias teóricas neoliberales, mientras en el Perú nuestras clases hegemónicas persisten en ellas aplicando las políticas ortodoxas que no dieran resultado en otras latitudes.
Siendo consecuentes con las entregas anteriores, todo esto supone la remodelación o la construcción de una nueva institucionalidad política, la recuperación del Estado en su capacidad de promotor del desarrollo y la regulación social del mercado, así como el establecimiento de nuevas formas de democracia que renueven y profundicen las limitaciones y distorsiones de la democracia formal que vivimos, que ni siquiera es manifiestamente liberal.
Necesitamos encontrar un nuevo camino que rompa los casi 200 años de búsqueda y fracasos. Que redescubra el país con sus posibilidades y riquezas, que vuelva la mirada hacia sus laboriosos habitantes y su bienestar como centro de toda acción.
En este camino, el obstáculo principal es la hegemonía del pensamiento y las políticas neoliberales ortodoxas. No es, reiteramos solo el cuestionamiento de comunistas o izquierdistas, es ya un cuestionamiento general que viene también desde los propios centros capitalistas del mundo.
En el Perú, este cuestionamiento no puede limitarse a las políticas existentes. Tiene que dirigirse a sus bases fundamentales. Nos referimos entre otras cosas, a la necesidad de dotar al país toda una nueva Constitución del Estado, como marco indispensable, ideológico y jurídico de un nuevo Estado, de una Nueva República; de una nueva forma de entender la economía, el mercado, las inversiones, el trabajo, los derechos y las libertades, la preservación del medio ambiente, la inserción en el mundo global…
La constitución fujimorista (que Alberto Bórea llama papelote) no solo entronizó legalmente el neoliberalismo, sino, como bien saben todos, fue impuesta por el fraude.
Es penoso constatar que muchos con los que recorrimos el país en cruzada contra la imposición constitucional fujimorista de 1993, hoy no solo se olvidaron de ese cercano pasado, han terminado por abdicar y sumarse como defensores y sostenedores. Recordamos también a los que hasta hace poco pugnaban por el retorno a la Constitución de 1979 y hoy arriaron banderas. Cómo no tener presente la juramentación de Ollanta Humala a nombre de esa Constitución al momento de tomar el mando presidencial.  Fue un juramento falaz y demagógico, que levantó fallidas esperanzas en sectores políticos y del pueblo; concitó temor, escándalo y protestas de los neoliberales, el tiempo y el propio Humala se encargaron de demostrar que eran infundados.
Una Nueva Constitución que no sea el resultado de cónclave de minorías o representantes en cenáculos cerrados. Si se habla de “contrato social”, ese contrato no es con un grupo de ciudadanos, aun sean los mejores, es contrato con todos los peruanos, pues allí se ponen en juego su vida y su futuro, la sociedad que quieren construir y las formas de vivirla en pleno ejercicio de sus derechos, libertades, deberes y obligaciones, como parte de la humanidad y compartiendo con ella la naturaleza y la creación humana.
Deberán existir mecanismos y canales para que en todo el proceso constituyente la sociedad, a través de sus organizaciones legítimas (trabajadores, empresarios, comunidades campesinas y originarias, universidades, colegios profesionales, iglesias, poderes e instituciones públicas, etc.) Puedan expresarse, conocer sus contenidos y plantear puntos de vista en forma democrática. Esto es, que la sociedad entera, que es la depositaria del poder democrático, construya su Constitución como consenso o como mayoría absoluta. Así será expresión real de las mayorías, recogerá lo que el país requiera, se hará más durable, más respetada y acatada.

(continuaremos)

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